F La cena - Carlos Sánchez Viamonte

La cena

de Herman Koch
(Ediciones Salamandra, Buenos Aires, 2012, 288 páginas)


Esta novela del holandés Herman Koch (Arhnherm, 1953) vendió trescientos cuarenta mil ejemplares en su país y obtuvo en 2009 el Premio del Público y el del Libro del Año. Transcurre durante una cena en un restaurante de lujo, y valiéndose de un personaje, Paul, el escritor dispara comentarios irónicos sobre el ridículo ceremonial que suele presidirlas. Un sofisticado maître explica que “Los cangrejos de río están aderezados con vinagreta de estragón y cebollino (…) Esto son rebozuelos de los Vosgos”. Y los cuatro comensales (los hermanos Lohman y sus esposas) no sólo aceptan esa retórica frívola, sino que consienten que el establecimiento ofrezca platos minúsculos -aunque muy caros- y de que los mozos llenen continuamente sus copas para obligarlos a pedir otra botella de vino. La cena no puede dejar de evocar esa joya cinematográfica que fue La fiesta de Babette (1987), de Gabriel Axel, aunque su tono y espíritu sean diferentes.

Koch es hábil para referir cómo funciona el perfil psicológico de los dos matrimonios, cuyas rivalidades afloran con agresividad aunque dialoguen sobre temas insignificantes. Así observada, la vida social sería una vulgar comedia de mal gusto.

El celular aparece en La cena como otro protagonista más en el mundo moderno, no sólo por ser un aparato que sirve para comunicarse, sino también porque funciona como un generador de nuevas conductas humanas.

El texto sabe atrapar al lector retaceándole información y hacia la mitad del libro la historia da un giro inesperado al conocerse los graves problemas que afrontan ambas familias con sus hijos adolescentes. Hay una mirada escéptica que se hace evidente en una frase de Paul: “…un mundo sin catástrofes ni violencia –ya sea violencia natural o de carne y hueso- sí que sería insoportable”.

Esta novela en el fondo es una radiografía cruel y despiadada de la sociedad holandesa, que no sólo resulta autosuficiente y egoísta, sino también discriminatoria.

La prosa fluye fresca a través de un estilo directo, de frases cortas y presenta símiles curiosos como el siguiente: “Miré y noté que la cabeza se me enfriaba despacio. Era la clase de frío que se siente al dar un bocado demasiado grande al helado”.

La brillante traducción de Marta Arguilé Bernal permite disfrutar al máximo esta valiosa novela.

Germán Cáceres

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