Taller de juegos teatrales de verano
Este verano les proponemos una experiencia de desarrollo creativo individual y colectivo a través de acciones lúdicas teatrales, por la Prof. Julia Pagano. ¡Inscripciones abiertas!
A partir de diferentes técnicas artísticas y corporales, desarrollaremos propuestas grupales donde volcar nuestro potencial expresivo y capacidades comunicativas para generar momentos únicos a partir de nuestra impronta personal.
No se requiere formación previa.
Comienzo: 7 de enero 2025
Lugar: Centro Cultural y Biblioteca Popular CARLOS SÁNCHEZ VIAMONTE, Austria 2154, Recoleta, Argentina.
Horario: Martes de 18 hs a 19:30 hs
Inscripciones al 15-2454 9397
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Música irlandesa en la Biblioteca
Con la participación de Luli Dawnay y Fernando Lynch, vivimos una hermosa noche de música irlandesa en la Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte. Mirá acá un video.
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Oui, monsieur
La obra La réunification des deux corées, de Joél Pommerat, bajo la coordinación general de la profesora Marie Duffour, se repetirá el sábado 30 de noviembre y los sábados 7 y 14 de diciembre a las 20 horas.
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Música irlandesa en la Biblioteca
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Hernán, cuento de Abelardo Castillo
Ella llegó al Colegio Nacional en el último año de mi bachillerato. Entró a clase y desde el principio advertimos aquella cosa extravagante, equívoca, que parecía trascender de sus maneras, de su voz, lo mismo que ese tenue aroma a laurel cuyo origen, fácil de adivinar, era una bolsita colgada sobre su pecho de señorita Eugenia, bajo la blusa. Ella entró en el aula tratando de ocultar, con ademanes extraños, la impresión que le causábamos, cuarenta muchachones rígidos, burlonamente rígidos junto a los bancos, y cualquiera de los cuarenta debía mirar a la altura del hombro para encontrar sus ojos de animalito espantado. Habló. Dijo algo acerca de que buscaba ser una amiga para nosotros, una amiga mayor, y que la llamáramos señorita Eugenia, simplemente. Alguien, entonces, en voz alta –lo bastante alta como para que ella bajara los ojos, con un gesto que después me dio lástima–, se asombró mucho de que todavía fuera señorita, yo me asombré mucho de que todavía fuera señorita y los demás rieron, y ella, arreglando nerviosamente los pliegues de su pollera, fue hacia el escritorio. Al levantar los ojos se encontró con todos parados, mirándola. No atinó sino a parpadear y a juntar las manos, como quien espera que le expliquen algo, y cuando torpemente creyó que debía insinuarnos “pueden sentarse”, nosotros ya estábamos sentados y ella reparó por primera vez en Hernán. Él se había quedado de pie, tieso, se había quedado de pie él solo. Y en medio del silencio de la clase, dijo:
–Yo –dijo pausadamente– soy Hernán.
Esto fue el primer día. Después pasaron muchos días, y no sé, no recuerdo cómo hizo él para darse cuenta: acaso fue por aquellas miradas furtivas que, al llegar a ciertos párrafos de los clásicos, la señorita Eugenia dirigía hacia su banco, o acaso fue otra cosa. De todos modos, cuando se lo dijeron ya lo sabía. “Me parece que la vieja…”, le dijeron, y Hernán debió fingir un asombro que jamás sintió, puesto que él lo había adivinado desde el comienzo, desde que la vio entrar con sus maneras de pájaro y su cara triste de mujer sola; porque Hernán sabía que ella se inquietaba cuando él, acercándose sin motivo, recitaba la lección en voz baja, íntima, como si la recitara para ella.
–Este Hernán es un degenerado.
Te admiraban, Hernán.
–Pobre vieja, te fijaste: ahora se le da por pintarse.
Porque, de pronto, la señorita Eugenia que leía a Bécquer empezó a pintarse absurdamente los ojos, de un color azulado, y la boca, de pronto comenzó a decir cosas increíbles, cosas vulgares y tremendas acerca de la edad, la edad que cada uno tiene, la de su espíritu, y que ella en el fondo era mucho más juvenil que esas muchachas que andan por ahí, tontamente, con la cabeza loca y lo que es peor –esto lo dijo mirando a Hernán de un modo tan extraño que me dio asco–, lo que es peor, con el corazón vacío.
–A que sí.
Ya no recuerdo con quién fue la apuesta, recuerdo en cambio que pocos días antes del 21 de septiembre surgió, repentina y gratuita, como un lamparón de crueldad. Y fue aceptada de inmediato, en medio de ese regocijo feroz de los que necesitan embrutecer sus sentimientos a cualquier costo porque después, más adelante, está la vida, que selecciona sólo a los más aptos, a los más fuertes, a los tipos como él, como Hernán, aquel Hernán brillante de dieciocho años que podía demostrar teoremas sin mirar el libro o componer estrofas a la manera de Asunción Silva o apostar que sí, que se atrevería –como realmente se atrevió la tarde en que, apretando como un trofeo aquella cosa, esa especie de escapulario entre los dedos, pasó delante de todos y fue lentamente hacia el pizarrón–, porque los que son como vos, Hernán, nacieron para dañar a los otros, a los que son como la señorita Eugenia.
–A que no.
–Qué apostamos –dijo Hernán, y aseguró que pasaría delante de todos, de los cuarenta, e iría, lentamente, hacia el pizarrón–. Para que aprenda a no ser vieja loca –dijo.
Pero antes de la apuesta habían pasado muchas cosas, y yo ahora necesito recordarlas para que Hernán no las olvide. Hubo, por ejemplo, lo de las cartas. Siempre supo escribir bien. Desde primer año había venido siendo una suerte de Fénix escolar, fácil, capaz de hacer versos o acumular hipérboles deslumbradoras en un escrito de Historia. Pero aquella primera carta (a la que seguirían otras, ambiguas al principio, luego más precisas, exigentes, hasta que una tarde en el libro que te alcanzó la señorita Eugenia apareció por fin la primera respuesta, escrita con su letra pequeña, redonda, adornada con estrafalarias colitas y círculos sobre la i) fue una obra maestra de maldad. Yo sé de qué modo, Hernán, con qué prolijo ensañamiento escribiste durante toda una noche aquella primera carta, que yo mismo dejé entre las páginas de las Lecciones de Literatura Americana un segundo antes de que el inequívoco perfume entrase en el aula, ese vaho a laurel cuyo origen era una bolsita blanca, de alcanfor, colgada al cuello de la señorita Eugenia, junto al crucifijo con el que sólo una vez tropezaron unos dedos que no fuesen los de ella.
No respirábamos. Hernán tenía miedo ahora, lo sé, y hasta trató de que ella no tomase el libro. La mujer, extrañada, levantó el papel que había caído sobre el escritorio, un papel que comenzaba por favor, lea usted esto, y después de unos segundos se llevó temblando la mano a la cara; pero en los días que siguieron, cuando encontraba sobre el escritorio los papeles doblados en cuatro pliegues, ya no se turbaba, y entonces empezó a decir aquellas insensateces vulgares acerca de la edad, y del amor, hasta que el propio Hernán se asustó un poco. Sí, porque al principio fue como un juego, tortuoso, procaz, pero en algún momento todo se volvió real y, una tarde, estaba hecha la apuesta:
–Delante de todos, en el pizarrón –dijo Hernán.
El Día de los Estudiantes, en el Club Náutico, todos pudieron verlo bailando con la señorita Eugenia. Ella lo miraba. Lo miraba de tal manera que Hernán, aunque por encima de su hombro hizo una mueca significativa a los otros, se sintió molesto. Tuvo el presentimiento de que todo podía complicarse o, acaso, al oír que ella hablaba de las cosas imposibles (“hay cosas imposibles, Hernán, usted es tan joven que no se da cuenta”) pensó que se despreciaba. Pero ese día la apuesta había sido aceptada y uno no podía echarse atrás, aunque tuviera que hacerle una canallada brutal a la señorita Eugenia, que aquella tarde llevaba puesto un inaudito vestido, un jumper, sobre su blusa infaltable de seda blanca. Por eso, sin pensarlo más, él la invitó a dar un paseo por los astilleros, y los otros, codeándose, vieron cómo la infeliz aquella salía disimuladamente, seguida por su ridículo perfume a alcanfor y seguida por mí, que antes de salir le dije a alguno:
–Préstame las llaves del coche.
Y me fueron prestadas, con sonrisa cómplice, y cuando yo estaba saliendo, con el estómago revuelto, oí que alguien pronunciaba mi nombre:
–Hernán.
–Qué quieren –pregunté.
Y me dijeron la apuesta, ojo con la apuesta, y yo dije que sí, que me acordaba. Como me acuerdo de todo lo que ocurrió esa tarde, en los galpones, contra un casco a medio calafatear, y de todo lo que ocurrió al otro día, en el Nacional, cuando ante la admirada perplejidad de cuarenta muchachones yo caminé lentamente hacia el pizarrón apretando entre los dedos esa cosa, esa especie de escapulario, como un trofeo. Y me acuerdo de la mirada de la señorita Eugenia al entrar en la clase, de sus ojos pintados ridículamente de azul que se abrieron espantados, dolorosos, como de loca, y se clavaron en mí sin comprender, porque ahí, en la pizarra, había quedado colgada, balanceándose todavía, una bolsita blanca de alcanfor.
Encontrá los títulos de Abelardo Castillo en nuestro catálogo.
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Noche de teatro en francés.
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El escritor español Álvaro Pombo gana el Premio Cervantes 2024
Dotado con 125.000 euros, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, como se llama oficialmente, es el gran y prestigioso laurel que viene a coronar la carrera de un escritor. Es el fruto de años de éxito sostenido: esa inusual mezcla de trabajo duro, buena fortuna y talento innato. Se concede anualmente por el Ministerio de Cultura a propuesta de la Asociación de Academias de la Lengua Española y se entrega en una solemne ceremonia, en Alcalá de Henares, el 23 de abril, Día del Libro, en conmemoración del fallecimiento del autor de El Quijote.
De vida dizque bohemia, de gorro en la cabeza y pinta marinera, de buhardilla libresca que navega en el barrio de Argüelles, donde se asoma a la llegada de los vencejos, Pombo tiene en su haber una larga trayectoria que incluye géneros como la novela, el ensayo y la poesía. Y una figura singular. “El caballero de la rosa de los vientos”, lo describió Manuel Vicent en una semblanza, donde también le retrata como “escritor con aire de hidalgo un poco tronado”. Uno al que no es extraño ver tomar el fresco, en mitad del bullicio urbano, por los bancos de su barrio, como si viviera en otros ritmos. Ocurrente y afable tras sus gafitas redondas, heterodoxo, a veces también ha sido escandaloso.
De mal escolapio a gran escritor
A finales de los cincuenta, en la revista de un colegio mayor de Madrid, el Aquinas, pudo leerse el primer artículo de Pombo. Era un niño de buena familia santanderina que había sido un mal estudiante de los escolapios. Sus intereses: la poesía y la filosofía. Su rostro de aguilucho paseaba por el patio con el enorme Index Aristotelicus de Herman Bonitz bajo el brazo. Allí conoció al luego filósofo José Antonio Marina, con el que hablaba del Doctor Faustus de Thomas Mann. Pombo repetía un verso de Wallace Stevens: “Para ser poeta hay que serlo constantemente”. Lo tomó en serio. Un día le dio a Marina un artículo titulado Rainer María Rilke, la realidad como misión. Allí yacía una semilla de su narrativa: “El artista toma sus propios sentimientos y, en lugar de decirlos arrastrando en ellos su peculiar sensación del mundo, los pone ante sí, los objetiva, narrándolos como otra cosa más entre las cosas”.
Sus años universitarios en Filosofía son los años del franquismo en los que José Luis López Aranguren construye una conciencia crítica desde el cristianismo. Pombo, en su discurso de entrada en la RAE, años mas tarde, quiso reconocerse en ese legado con palabras que incluían también a Pedro Laín. “La integridad personal de estos hombres que hicieron posible no solo la renovación del cristianismo en España, sino también de la renovación de España con la democracia”. Al terminar la carrera pensó en opositar a profesor de instituto, pero decidió marchar a Londres. Allí trabajó como limpiador de una oficina del Banco Urquijo, sacando brillo a la cubertería de familias acomodadas o de telefonista. En 1970 retomó los estudios. En 1973 publica Protocolos, su primer libro de poesía con prólogo de Luis Felipe Vivanco.
Aún en Londres escribió un libro de cuentos: Relatos de la falta de sustancia. Le pidió un prólogo a Aranguren y Juan Benet le hizo llegar el original a Rosa Regás, que en 1977 lo publicó en su editorial La Gaya Ciencia. Una de las mejores lectoras españolas, Carmen Martín Gaite, escribió sobre el libro. Ese año Pombo ganaba con Variaciones el premio de poesía El Bardo. Hasta el 77 vivió en el ajetreado Londres de la época, donde consiguió el Bachelor of Arts en el Birkbeck College y siguió manteniendo aquellos diversos oficios, en una experiencia vital de once años que le marcó para siempre.
Una editorial quebrada
Ya en España siguió publicando con Regás, hasta que La Gaya Ciencia quebró. Autor de un cierto prestigio en circuitos culturales, se había quedado sin editorial y temía que su carrera quedase truncada. Fue entonces cuando recibió la llamada de Jorge Herralde, que estaba virando la línea de Anagrama para pasar de ser una editorial de combate ideológico a una editorial que privilegiaría la narrativa.Había sido recomendado por Esther Tusquets. Pombo le hizo llegar El hijo adoptivo, que no le entusiasmó. Pero Herralde se interesó por otro título del que Pombo había hablado en una entrevista. El héroe de las mansardas de Mansard. “Quedamos deslumbrados”, ha rememorado Herralde, “un escritor fabuloso con un universo y un lenguaje (el reinado del hipérbaton) que no se parecía a ningún otro”. En 1983 ganó el primer Premio Herralde de Novela y estrenó la colección Panorama de Narrativas. Herralde escribiría a Francisco Umbral subrayando el valor del genio que estaba seguro de haber descubierto. Comenzaba una carrera como narrador que le llevó, pasado el tiempo, a ingresar en la Real Academia Española desde 2004 (Letra j, después de Pedro Laín Entralgo). Le propuso, entre otros, Luis Mateo Díez, ganador del Premio Cervantes del año pasado y miembro del jurado de este.
Un mal momento
“Andamos en el griterío constante, en un mal momento, me parece a mí”, se quejaba el autor en una entrevista con este periódico en 2023, un momento de ruido y polarización que le parecía similar al que precedió a la Guerra Civil, y que retrata en su novela Santander, 1936, entonces galardonada con el premio Francisco Umbral. Uno más en su larga retahíla de galardones, que este Cervantes viene a culminar. “No somos muy de escucharnos los unos a los otros. Hoy no se entiende bien la gente. No conversan, lo ves en la televisión”, añadía. “A los líderes de los años treinta les caracterizaba una gran elocuencia, se contemplaban auténticas peleas de oradores. Todo tuvo un componente muy verbal”. La verbalidad que, tal vez, ahora se explaya en las redes sociales, aunque sea en otros códigos. Una verbalidad que también Pombo ha explotado: ha escrito muchos libros, pero muchos otros, en los últimos años, los ha dictado, lo que para algunos también ha otorgado a su prosa un particular sonido.Entre sus novelas destacan El temblor del héroe (Premio Nadal, 2012), El cielo raso (Premio Fundación José Manuel Lara, 2001), La fortuna de Matilda Turpin (Premio Planeta, 2006), Donde la mujeres (Premio Nacional de Narrativa, 1996) o El héroe de las mansardas de Mansard (Premio Herralde, 1983). En poesía, su vocación primigenia, destacan desde Protocolos (1973) hasta Los enunciados protocolarios (2009). Además de su faceta literaria, tuvo su incursión en política, vinculado al partido Unión Progreso y Democracia, hoy desaparecido. En las elecciones de 2008 encabezó la lista de UPyD al Senado por la Comunidad de Madrid, candidatura en la que repitió en 2011.
En su pasada edición el Cervantes había premiado a un narrador, Luis Mateo Díez, después de una inopinada racha de cinco poetas: Rafael Cadenas, Cristina Peri Rossi, Francisco Brines, Joan Margarit e Ida Vitale, que recibió el premio en 2018. Este año, Álvaro Pombo, que, como decía Vicent, es un escritor singular, que es poeta y que también es poema: “He aquí a un escritor cuya personalidad trasciende la literatura hasta el punto de que su mejor libro es el propio Álvaro Pombo de carne y hueso”.
Sergio C. Fanjul / Jordi Amat
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Muy buena conferencia en la Biblioteca
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Los ojos de Celina, cuento de Bernardo Kordon
Para peor a Celina se le ocurrió que como ya estábamos casados, podíamos hacer rancho aparte y quedarme con mi plata. Yo le dije que por nada del mundo le haría eso a mamá. Quiso la mala suerte que la vieja supiera la idea de Celina. La trató de loca y nunca la perdonó. A mí me dio mucha vergüenza que mi mujer pensara en forma distinta que todos nosotros. Y me dolió ver quejosa a mi madre. Me reprochó que yo mismo ya no trabajaba como antes, y era la pura verdad. Lo cierto es que pasaba mucho tiempo al lado de Celina. La pobre adelgazaba día a día, pero en cambio se le agrandaban los ojos. Y eso justamente me gustaba: sus ojos grandes. Nunca me cansé de mirárselos.
Pasó otro año y eso empeoró. La Roberta trabajaba en el campo como una burra y tuvo su segundo hijo. Mamá parecía contenta, porque igual que ella, la Roberta paría machitos para el trabajo. En cambio con Celina no tuvimos hijos, ni siquiera una nena. No me hacían falta, pero mi madre nos criticaba. Nunca me atreví a contradecirle, y menos cuando estaba enojada, como ocurrió esa vez que nos reunió a los dos hijos para decirnos que Celina debía dejar de joder en la casa y que de eso se encargaría ella. Después se quedó hablando con mi hermano y esto me dio mucha pena, porque ya no era como antes, cuando todo lo resolvíamos juntos. Ahora solamente se entendían mi madre y mi hermano. Al atardecer los vi partir en el sulky con una olla y una arpillera. Pensé que iban a buscar un yuyo o un gualicho en el monte para arreglar a Celina. No me atreví a preguntarle nada. Siempre me dio miedo ver enojada a mamá.
Al día siguiente mi madre nos avisó que el domingo saldríamos de paseo al río. Jamás se mostró amiga de pasear los domingos o cualquier otro día, porque nunca faltó trabajo en casa o en el campo. Pero lo que más me extrañó fue que ordenó a Celina que viniese con nosotros, mientras Roberta debía quedarse a cuidar la casa y los chicos.
Ese domingo me acordé de los tiempos viejos, cuando éramos muchachitos. Mi madre parecía alegre y más joven. Preparó la comida para el paseo y enganchó el caballo al sulky. Después nos llevó hasta el recodo del río.
Era mediodía y hacía un calor de horno. Mi madre le dijo a Celina que fuese a enterrar la damajuana de vino en la arena húmeda. Le dio también la olla envuelta en arpillera:
—Esto lo abrís en el río. Lavá bien los tomates que hay adentro para la ensalada.
Quedamos solos y como siempre sin saber qué decirnos. De repente sentí un grito de Celina que me puso los pelos de punta. Después me llamó con un grito largo de animal perdido. Quise correr hacia allí, pero pensé en brujerías y me entró un gran miedo. Además mi madre me dijo que no me moviera de allí.
—Ahí abajo del codo.
—Mismito allí picó la yarará —dijo mi hermano.
Observaban con ojos de entendidos. Celina abrió los ojos y volvió a mirarme.
—Una víbora —tartamudeó—. Había una víbora en la olla.
Miré a mi madre y entonces ella se puso un dedo en la frente para dar a entender que Celina estaba loca. Lo cierto es que no parecía en su sano juicio: le temblaba la voz y no terminaba las palabras, como un borracho de lengua de trapo.
Quise apretarle el brazo para que no corriese el veneno, pero mi madre dijo que ya era demasiado tarde y no me atreví a contradecirle. Entonces dije que debíamos llevarla al pueblo en el sulky. Mi madre no me contestó. Apretaba los labios y comprendí que se estaba enojando. Celina volvió a abrir los ojos y buscó mi mirada. Trató de incorporarse. A todos se nos ocurrió que el veneno no era suficientemente fuerte. Entonces mi madre me agarró del brazo.
—Eso se arregla de un solo modo —me dijo—. Vamos a hacerla correr.
Mi hermano me ayudó a levantarla del suelo. Le dijimos que debía correr para sanarse. En verdad es difícil que alguien se cure en esta forma: al correr, el veneno resulta peor y más rápido. Pero no me atreví a discutirle a mamá y Celina no parecía comprender gran cosa. Solamente tenía ojos —¡qué ojos!— para mirarme, y me hacía sí con la cabeza porque ya no podía mover la lengua.
Entonces subimos al sulky y comenzamos a andar de vuelta a casa. Celina apenas si podía mover las piernas, no sé si por el veneno o el miedo de morir. Se le agrandaban más los ojos y no me quitaba la mirada, como si fuera de mí no existiese otra cosa en el mundo. Yo iba en el sulky y le abría los brazos como cuando se enseña a andar a una criatura, y ella también me abría los brazos, tambaleándose como un borracho. De repente el veneno le llegó al corazón y cayó en la tierra como un pajarito.
La velamos en casa y al día siguiente la enterramos en el campo. Mi madre fue al pueblo para informar sobre el accidente. La vida continuó parecida a siempre, hasta que una tarde llegó el comisario de Chañaral con dos milicos y nos llevaron al pueblo, y después a la cárcel de Resistencia.
Dicen que fue la Roberta quien contó en el pueblo la historia de la víbora en la olla. ¡Y la creímos tan callada como una mula! Siempre se hizo la mosquita muerta y al final se quedó con la casa, el sulky y lo demás.
Encuentre libros de Bernardo Kordon en nuestro catálogo.
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— BibliotecaCSViamonte (@CSViamonte) November 5, 2024
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Envejecimiento productivo
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Murió a los 93 años Juan José Sebreli, escritor, sociólogo y crítico literario
Zicarelli era uno de sus discípulos. Estudió con él filosofía y por su cuenta historia y Relaciones Internacionales. Le dijo a este medio: “Estaba lúcido. Hace una semana estuvimos en la presentación del libro de Carlos Cámpora sobre él, en la Biblioteca Nacional. Yo lo veía día por medio, participó de la última tertulia en el café La Biela, que reemplazó a sus históricas tertulias en el bar El Olmo”, añadió.
“Estudié con él principalmente dos filósofos, Hegel y Aleksandr Kojeve, que es el gran introductor de Hegel en Europa continental y en América. Y después, por supuesto, teoría política, historia argentina, ¿no?”, dijo Zicarelli, conmovido entre lágrimas. Y siguió: “Era extraordinario en el sentido completo de la palabra, fuera de serie, una capacidad didáctica, dialéctica, retórica para explicar los conceptos, las dinámicas y los procesos más complejos de una manera más parecida a la narración de un cuento y de una novela que al de un tratado filosófico, político y jurídico. Era estar hablando con una enciclopedia viviente que transmitía sus conocimientos como un narrador de cuentos y de relatos del renacimiento. Era un Montaigne, un Voltaire, no le escapaba a la polémica mientras esa polémica sirviera para esclarecer, para clarificar y para correr los velos de las falsas percepciones”.
Sebreli será velado en la Legislatura este viernes de 18 a 22 y mañana será despedido en el Cementerio de la Chacarita de 9 a 11, donde sus restos serán cremados. El escritor era ciudadano ilustre desde 2015.
Hace una semana se publicó El incansable polemista, la trayectoria intelectual de Juan José Sebreli, del licenciado en Letras y doctor en Ciencias Sociales Carlos Cámpora que ahonda en la obra del autor.
Sebreli, además, iba a participar en una película sobre Alberdi. Así lo dio a conocer Alina Diaconú y Fabián Soberón en julio de este año. “Una tarde privilegiada -escribió Diaconú en su muro de Facebook-. Fabián Soberón (de paso por Buenos Aires) y yo, tomando el té con el maestro amigo, con el gran Sebreli. Encuentro de dos transgresores, hablando de controvertidos e interesantísimos personajes de la Historia Argentina y de los futuros proyectos cinematográficos de Fabián. Siempre la visión de Juan José es sagaz y reveladora”.
Durante el rodaje de Soy Bernabé Aráoz, tal como publicó este medio, Soberón imaginó una trilogía sobre personalidades del pasado argentino. “Ellos son Alberdi, Bernardo de Monteagudo y Aráoz. Escribí el guión sobre Alberdi y estamos en el proceso de preproducción de la película. Uno de los primeros intelectuales convocados es Sebreli, que se mostró muy interesado en participar”, remarca. La película sobre Alberdi -y con Sebreli en el elenco- podría estrenarse en los primeros meses de 2025.
El escritor y guionista Marcelo Birmajer dijo que muchas de sus ideas que fundamentaron su escritura a partir de los 25 años, las leyó de Sebreli cuando tenía 16 o 17 años. “Alguna vez le pude agradecer que me había influenciado mucho más de lo que yo mismo sabía. No lo perdemos, lo despedimos. No dejó palabra sin decir”, expresó. “Adiós a Juan José Sebreli, la persona que me enseñó desde joven a pensar contra la corriente. Con él se va una parte de mi vida como lector y editor. Quedan libros, conversaciones y tantos cafés compartidos”, lo despidió Pablo Avelluto, exsecretario de Cultura durante el gobierno de Macri.
En noviembre del año pasado festejó sus 93 años en el bar del Alvear Palace Hotel. En aquel entonces, de cara al balotaje entre Javier Milei y Sergio Massa, Sebreli apoyó la fórmula de La Libertad Avanza. Según el autor de El asedio a la modernidad, “Milei puede ser estilizado por la identidad del PRO”.
En 2022, escribió en La Nación: “Ejerzo mi resistencia en medio de una ciudad en la que todos los bares tienen grandes televisores, siempre encendidos en algún olvidable partido de fútbol, o rock a todo volumen que atenta contra la conversación. Una ciudad donde la gente joven va a los bares de moda de Palermo a tomar cerveza o aperol spritz. Yo he ido algunas veces allí y no me he podido sentar en ningún café porque no hay gente sola, ni siquiera parejas, solo hay manadas de jóvenes. Son mesas altas y en la calle, con cuatro personas como mínimo. Si fuera y me sentara solo con un libro en la mano a tomar un café todos me mirarían como a un bicho raro. Me pregunto melancólicamente, en medio de su peripecia declinante, cuál será el destino de los cafés cuando termine este siglo”.
Por Diego Yañez Martínez
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El Premio Nobel de Literatura 2024 fue para la escritora surcoreana Han Kang
Mats Malm, secretario permanente del Comité del Nobel de la Academia Sueca, fue el encargado de develar breve y formalmente el nombre de Han Kang frente a la sala colmada por prensa internacional. “Tiene una conciencia única de las conexiones entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos, y en su estilo poético y experimental se ha convertido en una presencia innovadora en la narrativa contemporánea”, destacó, luego de una sutil confidencia: la autora había recibido la llamada de Estocolmo en un jueves que parecía ser como cualquier otro, “un día normal, acaba de cenar con su hijo”. Tras el anuncio, Anna-Karin Palm, miembro del Comité del Nobel de Literatura, dijo que “Han Kang escribe una prosa intensa y lírica que es a la vez tierna y brutal”.
“Me llamó un hombre y me dio la noticia. Me quedé muy sorprendida”, resumió ella misma el momento en el que fue oficialmente notificada. En su modo pausado de hablar, en un inglés correcto, declaró a su interlocutora de la Fundación Nobel: “Me honra y aprecio el respaldo que me brinda el premio (...). Mis principales lecturas, con las que me he criado, son libros coreanos”, destacó, deseando que su galardón sirva como impulso para la difusión de las letras de su país. Justamente, la cultura coreana viene dando, por lo menos en las últimas dos décadas, innumerables muestras del alcance y el impacto de sus producciones artísticas en occidente: desde el cine y las series a la revolución musical del K-pop, la literatura no iba a ser la excepción.
La primera traducción en occidente se hizo en la Argentina
Su exitosa tercera novela, La vegetariana, de 2007, fue publicada en la Argentina por Bajo la Luna en 2012; un año después, Han participó como invitada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. “Publicamos la novela en 2012 -dice Miguel Balaguer, el director de ese sello a LA NACION-. En 2010, tomamos contacto con la literatura coreana en 2010, cuando seleccionamos material de poesía y narrativa. Conocí la obra de Han gracias a Sunme Yoon, y digo esto para remarcar la importancia de los traductores en la difusión de la literatura internacional”. Han firmó ejemplares de La vegetariana -actualmente en el catálogo de Penguin Random House- en el stand de Bajo la Luna, en La Rural, en 2013.“Fue traducida por primera vez a una lengua occidental en la Argentina, por la traductora coreana formada en la Argentina Sunem Yoon -dice a LA NACION el editor Nicolás Braessas, del sello de literatura coreana Hwarang-. Han Kang no había tenido éxito en Corea, pero luego del Premio Booker Internacional, en 2016, con La vegetariana se la empezó a leer y comenzó la ‘ola de oro’ de la literatura coreana en el mundo”. La novela, que recrea el mito de Dafne y Apolo, narra en tres capítulos los últimos años de vida de una joven que decide dejar de comer carne e inicia una extraña relación con su cuñado. En 2009, fue llevada al cine por Lim Woo-seong. En 2023, la escritora también fue galardonada con el Premio Médicis en París.
Kang es autora de cuatro libros de cuentos y seis novelas. En español se pueden encontrar, además de La vegetariana, Actos humanos, Blanco y La clase de griego, todos traducidos por Sunme Yoon. En Actos humanos, aborda un acontecimiento histórico que tuvo lugar en la ciudad de Gwangju, donde ella misma creció y donde cientos de estudiantes y civiles desarmados fueron asesinados durante una masacre llevada a cabo por el ejército surcoreano en 1980, durante un levantamiento popular en contra de la dictadura militar en Corea del Sur. Con un estilo visionario y a la vez testimonial, da voz a las almas de los muertos.
La temporada de entrega de estos galardones continuará mañana con el de la Paz, uno de los más esperados en medio de un contexto bélico que afecta al mundo en distintas regiones, y el próximo lunes, con el de Economía.
Daniel Gigena
La crítica de La vegetariana
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Las Bibliotecas Populares en Lucha: ¡Nos movilizamos por la cultura!
¿Por qué nos movilizamos?
- Porque las Bibliotecas Populares están en riesgo. El desfinanciamiento actual amenaza su supervivencia y la continuidad de los servicios que brindan a millones de personas.CONVERSATION
Nuevo señalador de Carlos Penelas
Editorial Dunken y la Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte acaban de publicar un nuevo señalador de Carlos Penelas con el poema "Retrato".
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Adherimos a la Marcha Federal Universitaria
Este miércoles 2 de octubre la Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte, en el marco de Bibliotecas Populares en Lucha, adherimos a la Marcha Federal Universitaria en defensa de la educación pública.
A las y los legisladores nacionales, muchas y muchos graduados de la universidad pública y miembros de nuestras comunidades, que, de confirmarse el veto anunciado por el Gobierno nacional, sostengan en el Congreso la Ley de Financiamiento Universitario e introduzcan razonables modificaciones al proyecto de ley de presupuesto 2025 para garantizar al sistema universitario y científico las condiciones mínimas e indispensables para su funcionamiento.
A la sociedad argentina, que supo construir a lo largo de la historia un sistema universitario reconocido en el mundo por su excelencia, que acompañó con extraordinarias movilizaciones cada vez que la historia llamó a su puerta, nuestro sincero agradecimiento, y nuestra invitación a que lo hagamos de nuevo.
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Los seis elementos
Los avatares de una vida son múltiples pero si algo nos sostiene en pie es el amor en sus diversas formas.
El amor apasionado que vamos transitando para permanecer aferrados a la vida, la fraterna amistad que no es una mera circunstancia sino la intensidad de compartir alegrías y tristezas, encuentros y desencuentros.
La solidaridad social, la fraternidad la luchas por causas que consideramos justas.
Rebelarse es el más claro indicio de que estamos vivos.
Si algo le otorga sentido a nuestras vidas es el cultivo de las utopías que como dice Fernando Birri no siempre son alcanzables pero ayudan a caminar.
En ese tránsito es maravilloso cómo la ternura nos ayuda a sentirnos menos solos, a saber que solo podemos ser con otras y otros, compartiendo la creación colectiva, las luchas por la dignidad. La firme convicción de que es posible construir un mundo donde quepan todos los mundos menos el de los opresores y explotadores.
Siguiendo al poeta Paco Urondo: "Confieso que la vida es lo mejor que me pasó".
A paso firme seguiré adelante hasta el último respiro viviendo intensamente y como dice Eladia Blázquez no es lo mismo que vivir honrar la vida.
Carlos A. Solero
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La isla de los recuerdos
Julio Scarinci
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Día de las Bibliotecas Populares
Un día como hoy de 1870 surgía la Ley 419 propiciada por Domingo Sarmiento, y que dio origen a la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares (actual CONABIP), con el propósito de fomentar la creación y el desarrollo de estas instituciones, constituidas por asociaciones de particulares, con la finalidad de difundir el libro y la cultura.
La mencionada norma indica en su primer artículo que "las bibliotecas populares establecidas o que se establezcan en adelante por asociaciones de particulares en ciudades, villas y demás centros de población de la República, serán auxiliadas por el Tesoro nacional en la forma que determina la presente ley."
Y posteriormente deja sentada la creación de la Comisión protectora que tendrá a su cargo el fomento e inspección de las bibliotecas populares, así como la inversión de los fondos. Todo ello fue ampliado en 1986, con la sanción de la Ley 23.351 de Bibliotecas Populares, que estableció los objetivos y el funcionamiento de la Comisión, y creó el Fondo Especial para Bibliotecas Populares.
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A 40 años del Nunca Más
El 20 de septiembre de 1984, el escritor Ernesto Sábato le entregaba al entonces presidente Raúl Alfonsín el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas sobre las desapariciones forzadas, los secuestros, y asesinatos cometidos por la dictadura cívico militar desde el año 1976 a 1983.
El Nunca Más se convirtió en un emblema internacional de la lucha por la verdad y en un ejemplo para las investigaciones sobre otras dictaduras del mundo.
A 40 años del informe de la CoNaDeP, el único fotógrafo oficial de la comisión, Enrique Shore, recuerda la tarea de recopilación de datos, investigación, e inspección en los distintos lugares donde funcionaron los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio.
"En ese momento no teníamos conciencia de la importancia y trascendencia del trabajo que veníamos realizando. Con el paso de los meses iba quedando más claro que se repetían situaciones similares en distintos puntos del país, entonces nuestro trabajo iba documentando un plan que claramente no eran hechos aislados”.
“Era muy duro para los militares aceptar que un grupo de civiles viniera a husmear en su territorio”, recuerda Shore, quien actualmente vive en los Estados Unidos.
Fotos: colección Shore y Archivo Nacional de la Memoria
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Feliz Día del Bibliotecario
Mariano Moreno, entonces secretario de Gobierno, fue quien impulsó la iniciativa. Otras propuestas afines fueron también la creación de la Gazeta de Buenos Ayres y la traducción de El contrato social, de Rousseau. La primera sede de la Biblioteca Pública, antecedente de la actual Biblioteca Nacional Mariano Moreno, estaba ubicada en las actuales calles de Moreno y Perú. La institución tuvo como primeros bibliotecarios al Dr. Saturnino Segurola y a Fray Cayetano Rodríguez.
”La Junta (…) llamará en su socorro a los hombres sabios y patriotas, que reglando un nuevo establecimiento de estudios, adecuado a nuestras circunstancias, formen el plantel que produzca algún día hombres que sean el honor y gloria de su patria (…)", decía el propio Mariano Moreno, en La Gazeta del 13 de septiembre de 1810.
Esa misma fecha se estableció como "Día del Bibliotecario" por el Congreso de Bibliotecarios, reunidos en Santiago del Estero en 1942. Más tarde, en 1954, y mediante el Decreto N.° 17.650/54, se instituyó a nivel nacional para homenajear a todos los bibliotecarios y bibliotecas del país.
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