Alice Munro, en sus propias palabras
«La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, parece sencillamente inagotable. Quiero decir que nada es fácil, nada es simple».
«Ya no sirvo para una vida normal: he escrito tantos años que no sé hacer nada más».
«La vida de la gente es suficientemente interesante si tú consigues captarla tal cual es, monótona, sencilla, increíble, insondable».
«Si hoy en día vives lo suficiente, descubres que con tus hijos has cometido errores que no te molestaste en ver, además de los que viste perfectamente».
«Siempre pensé que iba a ser novelista. Me decía que cuando mis chicos fuesen grandes y yo tuviese más tiempo para escribir novelas, iba a hacerlo. El cuento estaba puramente determinado por el largo de las siestas de mis hijos Pero después resultó que ésa fue la manera en la que aprendí a escribir y ya no pude hacer otra cosa».
«Me educaron para creer que lo peor que podía hacer era llamar la atención sobre mí, o pensar que era inteligente o brillante».
Munro en nuestro catálogo
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Audiencia en la Legislatura
Este martes 14 de mayo participamos de la Audiencia Pública organizada por la Diputada Celeste Fierro en el Salón Dorado de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El título de la audiencia era "La situación de la cultura y el cine nacional en tiempos de las nuevas derechas", y fueron oradores la actriz Cristina Banegas, el director Benjamín Naishtat, el productor y director Nemesio Juárez y la delegada general de ATE INCAA Ingrid Urrutia. Además, tomaron la palabra Pablo Rovito, Hernán Gaffet y Katjia Alemann, entre otros.
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La palabra de Raúl Escandar
En la Feria del Libro que acaba de terminar dialogamos con Raúl Escandar, flamante presidente de la Conabip, sobre el Programa Libro% 2024, y nos comentó los planes del organismo que protege y promociona a las Bibliotecas Populares de todo el país.
Declaraciones exclusivas para la página de la Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte y CSV Radio.
Además, en este enlace pueden ver y escuchar los testimonios de bibliotecarios de todo el país y responsables de editoriales en la Feria del Libro.
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Muere a los 92 años la escritora Alice Munro, maestra del relato breve y ganadora del Nobel en 2013
Primera canadiense en recibir el Nobel de Literatura, contaba entre sus grandes influencias con maestros como Tolstói, John Cheever, Carson McCullers o Flannery O’Connor, aunque siempre se compararon sus obras con las de Antón Chéjov. Como las del gran escritor ruso, las historias de Munro se centraban siempre en los senderos más oscuros de las relaciones entre personas, especialmente entre madres e hijas, un tema especialmente recurrente en su obra.
“¿Era importante que la historia se contara desde la perspectiva de una mujer?”, se preguntaba en su discurso de aceptación del Nobel. En realidad no hizo discurso, pero sí una entrevista, en la que reflexionaba sobre su escritura, marcada, en su estilo, por la mirada femenina y, en su fondo, por las historias de las mujeres en un medio hostil como era el Ontario en el que vivió gran parte de su vida. “Quiero que mis historias emocionen a las personas”, repasaba la autora.
“Quiero que mis historias sean algo que lleve a los demás a decir no solo ‘oh, eso es verdad’, sino que sientan una recompensa de mi escritura, y eso no quiere decir que tenga que haber un final feliz ni mucho menos, sino que todo en la historia mueva al lector de tal manera que sientas que eres diferente cuando termines de leerla”, reflexionaba en aquella entrevista. A lo largo de los últimos años, muchos han confesado sentirse, como ella diría, “diferentes” tras leerla. No solo escritores (aunque Margaret Atwood, Julian Barnes o Joyce Carol Oates han confesado a menudo su admiración por ella), también todo tipo de artistas: un ejemplo cercano es el de Pedro Almodóvar, que en su Julieta (2016) amalgamó tres relatos de la canadiense.
Esa “verdad” a la que hacía referencia la conseguía con personajes genuinamente normales, no embarcados en grandes gestas sino atravesados por dudas cotidianas, por malentendidos, por discusiones, por pequeñas obsesiones o problemas médicos, en una suerte de odiseas íntimas que se convirtieron en marca de la casa. Munro siempre defendió ese estilo de vida íntimo y calmado en la superficie como el gran pozo del que sacaba su inspiración. “Cuando vives en un pueblo pequeño escuchas muchas cosas, historias sobre todo tipo de personas”, confesaba en una entrevista a Paris Review en 1994. “La historia [del relato] Fits la saqué de un incidente real y terrible que ocurrió aquí: el asesinato y suicidio de una pareja de sesenta años. En una ciudad, solo habría leído sobre ello en el periódico”.
En 2013 fue su hija Jenny, pintora, la que viajó a Estocolmo a recoger el premio de la Academia Sueca, debido al ya entonces frágil estado de salud de la autora. El entonces secretario permanente del comité literario de la Academia, Peter Englund, dijo una frase que ya para siempre quedará asociada a Munro: “Es capaz de decir en 30 páginas más que un novelista corriente en 300″. La capacidad de síntesis eclipsaba un halago mayor: la aceptación del hecho de que Munro no era una escritora “corriente”.
El gran premio de las letras ayudó a desvelar para el mundo en general el prodigio literario que la canadiense venía tejiendo para sus lectores. “Puede mover personajes a través del tiempo como ningún otro escritor puede hacerlo. Nadie más puede (o se le debe permitir) escribir como la gran Alice Munro”, dijo de ella Julián Barnes. “No juzga abiertamente, especialmente la crueldad humana, pero permite que los encuentros humanos hablen por sí mismos. Honra el misterio y es una espectadora neutral ante lo impredecible”, describió su arte Lorrie Moore.
Nacida Alice Ann Laidlaw, la escritora se casó con James Munro, de quien tomó su apellido, en 1951, y se mudó a Victoria, en la Columbia Británica, donde regentaron una librería y tuvieron cuatro hijas —una murió pocas horas después de nacer—. Se divorciaron en 1972 y Munro regresó a Ontario. Se casó por segunda vez con el geógrafo Gerald Fremlin, quien murió en 2013.
Las condolencias del mundo de la cultura se han sucedido desde que se ha sabido la noticia. “Estoy devastada. El mes pasado releí todos sus libros. Cada vez que la leo es una experiencia nueva. Cada vez me cambia. Ella vivirá para siempre”, ha escrito la novelista canadiense Heather O’Neill. También los halagos del mundo político: “Alice Munro fue un icono literario canadiense. Durante seis décadas, sus historias cortas cautivaron corazones en todo Canadá y el mundo”, ha comentado la ministra de Patrimonio canadiense, Pascale St-Onge, en la red social X.
A pesar de ser una maestra incontestable de la literatura, en sus entrevistas solía, sin embargo, toparse con una ceja levantada y la sempiterna pregunta de si escribiría una novela. “Realmente no entiendo el género de la novela”, confesó en una entrevista a The Times en 1986. “No entiendo de dónde se supone que viene la emoción en una novela, pero sí en una historia corta. Hay una especie de tensión que, si escribo bien una historia corta, puedo sentirla de inmediato”. “Veo el cuento como un arte importante, no como algo con lo que se practica hasta que se escribe una novela”, confesó en otra ocasión.
Maestra de la forma, en palabras de Salman Rushdie, muchas de sus frases han quedado ya para la posteridad. Una de ellas no solo coronó su vida, sino que ha quedado cincelada en muchas conciencias (y, entre otros lugares, en las paredes de la sede de El País): “La felicidad constante es la curiosidad”. Pero quizá la clave de todo la diera en una frase de un relato de Escapada: “Pocas personas, muy pocas, tienen un tesoro, y si lo tienes debes aferrarte a él. No debes dejarte asaltar y que te lo roben”. Alice Munro tenía el tesoro del relato, pero no se lo robaron: se lo cedió al mundo.
Jorge Morla
Munro en nuestro catálogo
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Voces en la Feria del Libro
Aprovechando nuestra participación en el Programa Libro% de Conabip dialogamos con otros bibliotecarios de todo el país que viajaron a la Feria del Libro, y también con responsables de pequeñas editoriales para que nos cuenten cómo vivieron la compra de libros y la Feria en general.
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Cerrados
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Fuimos a la Feria
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La carta de Siri Hustvedt sobre la muerte de Paul Auster
"Fui ingenua, pero había imaginado que sería yo quien anunciara la muerte de mi marido, Paul Auster", comienza su escrito compartido con sus seguidores, donde señala lo triste que fue para ella encontrarse la noticia en Internet antes de poder escribir a sus allegados: "Incluso antes de que sacaran su cuerpo de nuestra casa, la noticia de su muerte ya circulaba en los medios y se habían publicado obituarios. Ni yo, ni nuestra hija, Sophie, ni nuestro yerno, Spencer, ni mis hermanas, a las que Paul amaba como si fueran las suyas y lo acompañaron en su muerte, tuvimos tiempo para asumir nuestra pérdida", lamenta. "Ninguno de nosotros pudo llamar o enviar correos electrónicos a nuestros seres queridos antes de que comenzaran los gritos por internet. Nos robaron esa dignidad. Desconozco la historia completa sobre cómo pasó, pero yo sé esto: está mal”.
La escritora de Todo cuanto amé y El verano sin hombres quiso hablar de la enfermedad de Paul Auster, que falleció de cáncer a los 77 años después de que varios tratamientos fracasaran. "Paul ya había tenido suficiente. Pero nunca, ni con palabras ni con gestos, dio muestras de autocompasión. Su coraje estoico y su humor hasta el final de su vida son un ejemplo para mí. Dijo varias veces que le gustaría morir contando un chiste. Le dije que eso era poco probable y él sonrió".
"Mi marido no tenía ordenador. Escribía a mano y mecanografiaba sus manuscritos en una máquina de escribir Olympia. En los últimos días de su vida, le escribía cartas a nuestro nieto, Miles. Su letra diminuta temblaba a consecuencia del tratamiento, y acabó con esa correspondencia hasta perder todas sus fuerzas. Nuestra asistente y querida amiga, Jen Dougherty, descifró los textos después de que yo los fotografiara y se los escribió. Quería que fuera su último libro. En un suspiro de determinación, logró terminar una carta y redondear su texto, pero el manuscrito no es largo. Con esa carta terminó su vida como escritor", cuenta con admiración.
Siri Hustvedt, galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2019, ha querido culminar su carta más triste con la última frase de la última novela de Paul, Baumgartner (Seix Barral). "No fingiré que cuando me lo leyó no sentí la gravedad de su significado. Entonces estaba enfermo, sufría fiebre todas las tardes y, aunque todavía no se había hecho un diagnóstico de cáncer, tenía la poderosa sensación de que a él y a mí no nos quedaba mucho tiempo juntos".
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Cinco novelas imprescindibles de Paul Auster
La trilogía de Nueva York (Seix Barral). Tres libros publicados a mediados de los ochenta, Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada, conforman este volumen con el que Paul Auster saltó a la fama. Una historia de detectives, misterio y literatura, que demuestra que la trama no está reñida con la metaliteratura, que un autor puede fabular y hablar al lector tirando abajo esa cuarta pared, jugando abiertamente con la realidad, la ficción, el misterioso azar y la locura, sin renunciar a algo tan clásico y entretenido como una historia de detectives. En la primera de las tres entregas aparece el propio Paul Auster y el Quijote de Miguel de Cervantes.
El libro de las ilusiones (Seix Barral). Considerado por el reputado crítico James Wood como la mejor de sus obras de ficción, Auster retoma en esta novela al personaje de Zimmer de El palacio de la luna. Él es el protagonista de esta historia en la que la soledad, el aislamiento, la obsesión y el duelo son el punto de partida. La pérdida de su familia en un accidente acaba por llevar azarosamente al profesor Zimmer hasta la historia de un actor de cine mudo en paradero desconocido. Escribir sobre él ayudará a desentrañar el misterio y a sanar las heridas que el protagonista logrará cerrar gracias a su contacto con el actor. Memorias de ultratumba de Chateaubriand que Zimmer pretende traducir resplandece al fondo de esta novela.
Brooklyn follies, (Seix Barral). Nadie mejor que Paul Auster ha representado al escritor en Brooklyn, el borough que él y su esposa, la autora Siri Hustvedt, convirtieron en meca chic literaria desde su casa en Park Slope. En esta novela, situada en Brooklyn, Auster vuelve sobre algunos de los temas que marcan sus novelas: el encuentro de dos solitarios, la amistad como tabla de salvación, el azar, y el miedo a enfrentarse a la vida.
4, 3, 2, 1 (Seix Barral). Cuatro versiones de una misma vida, la de Archie Ferguson, reunidas en esta gran novela de más de 900 páginas, publicada en 2017 y en la que Auster trabajó durante siete años. El orden de los factores sí altera el producto de una vida, pero ¿qué detalles pueden cambiar el desenlace de una biografía? Auster lanza los dados y va cambiando la historia de ese muchacho judío de Nueva Jersey, sus padres, sus años universitarios, sus amores... Todo es fortuito, lo que pensamos, lo que votamos, lo que queremos, parece afirmar este libro con el que Auster fue nominado al Booker y demostró la fuerza de su imaginario.
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Murió Paul Auster
Novelista prolífico, escritor de memorias y guionista cuya fama eclosionó en la década de los ochenta con su reinvención posmoderna de la novela negra, Auster era descrito a menudo como una “superestrella literaria” en los medios de comunicación. Ligado a los ritmos de su ciudad adoptiva, que también fue un personaje en gran parte de su obra, permaneció fiel sobre todo a Brooklyn, donde se instaló en 1980 entre las calles bordeadas de robles de las brownstones, o tradicionales casas de piedra rojiza que constituyen la tipología de la zona de Park Slope, su barrio. A medida que crecía su reputación, Auster pasó a ser considerado un guardián del rico pasado literario de Brooklyn, de raigambre judía, y también el principal recambio de la generación que heredó al coloso Faulkner, con Philip Roth a la cabeza.
“Paul Auster era el novelista de Brooklyn en los años ochenta y noventa, cuando yo crecía allí, en una época en la que muy pocos escritores famosos vivían en el barrio”, ha declarado al diario The New York Times la escritora y poeta Meghan O’Rourke, criada en un barrio cercano al de Auster. “Sus libros estaban en las estanterías de todos los amigos de mis padres. De adolescentes, mis amigos y yo leíamos ávidamente su obra tanto por su extrañeza —ese toque de surrealismo europeo— como por su cercanía”.
Ese toque europeo le convirtió, como a Woody Allen y sus películas, en un creador especialmente apreciado en el Viejo Continente. En Francia —vivió de joven en París— ganó varios premios literarios y se convirtió en uno de esos contados estadounidenses que los franceses acogen como a un hijo adoptivo. “Auster es una estrella del rock en París”, escribió en 2007 la revista New York.
En el Reino Unido, su novela 4 3 2 1, publicada en 2017 y que ofrece cuatro versiones paralelas de los primeros años de vida de su protagonista —Ferguson, un niño judío nacido en Newark en 1947—, fue preseleccionada para el Premio Man Booker. Otro paralelo con el gran Roth, tal vez el padre literario al que nunca quiso matar para abrirse paso en el mundo de las letras: ambos con raíces judías y de Nueva Jersey.
Su carrera despegó en 1982, con sus memorias La invención de la soledad, una inquietante reflexión sobre su distante relación con su padre. Su primera novela, Ciudad de cristal, fue rechazada por 17 editoriales antes de ser publicada por un pequeño sello californiano en 1985. El libro se convirtió en la primera entrega de su obra más célebre, Trilogía de Nueva York, más tarde reunidas en un solo volumen. Fue una de las 25 novelas neoyorquinas más significativas de los últimos 100 años según un suplemento de estilo de The New York Times.
Ciudad de cristal es la historia de un escritor de novelas de misterio que se tambalea por una pérdida personal —un tema siempre presente en la obra de Auster, primero la de su padre y luego, en el último tramo de su vida, la doble tragedia de su nieta y su hijo a consecuencia de la adicción a las drogas de este― y que, a través de un número equivocado, es confundido con un detective privado llamado Paul Auster. El escritor comienza a asumir la identidad del detective, perdiéndose en un trabajo de investigador de la vida real mientras desciende hacia la locura.
Auster decía a menudo que prefería a Emily Brontë antes que a cualquier contemporáneo; evitaba los ordenadores y escribía a menudo con pluma estilográfica en cuadernos. Utilizaba luego su antigua máquina de escribir Olympia para mecanografiar sus manuscritos. Inmortalizó la máquina en su libro de 2002 La historia de mi máquina de escribir. Ejemplo de clásico moderno, o de moderno con maneras muy clásicas, Auster estaba casado con la escritora y ensayista Hudsvedt, también galardonada con el premio Príncipe de Asturias. En una publicación en la red social Instagram, la autora reflexionó sobre las paradojas que plantea acompañar a un enfermo y sobre la dureza de los tratamientos: “Vivir en un lugar llamado Cancerland”.
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