F La rubia de ojos negros - Carlos Sánchez Viamonte

La rubia de ojos negros

de Benjamin Black
(Alfaguara, Buenos Aires, 2014, 336 páginas)


En esta novela interviene el célebre detective privado Philip Marlowe, un héroe de culto del norteamericano Raymond Chandler (1888-1959). A pedido de los herederos de este último fue escrita por John Banville (Irlanda, 1945), bajo el seudónimo de Benjamin Black, que utiliza para sus obras policiales, varias de las cuales están protagonizadas por el patólogo Quirke.

Es asombroso cómo Black ha captado el estilo de Chandler, pues parece que se está leyendo a este último, aunque a la vez se está gozando del arte literario del irlandés. Las descripciones de Los Ángeles son admirables, no sólo por su calidad y minuciosa precisión, sino por la belleza de sus imágenes no exentas de cierta aura cinematográfica (“Era una noche clara y fresca; una inmensa estrella brillaba en el horizonte lanzando una larga daga de luz al corazón de las colinas de Hollywood. Los murciélagos chillaban y aleteaban, como fragmentos de papel carbonizado sobrevolando una hoguera.”) Su escritura crea una atmósfera envolvente y un tono melancólico que hacen de la lectura del libro un placer inigualable. La pulcra y talentosa traducción de Nuria Barrios constituye un aporte fundamental.

La trama enigmática que pergeña el autor es convincente; carece de fisuras o de situaciones que no encajan. Philip Marlowe la narra en primera persona y hace desfilar innumerables personajes, entre los que se destacan las bellas mujeres (“Aquella sonrisa…Era como los rescoldos de un fuego que ella hubiera prendido hacía mucho tiempo y luego dejado arder hasta consumirse.”) Sin embargo, en la mitad del libro aún no se sabe lo que realmente sucede, cuándo ocurrirá el esperado delito: ése es el gancho narrativo, el deslizar continuamente incógnitas, inclusive cuando el detective manifiesta haber descubierto algo importante, pues recién lo revela en capítulos posteriores. Y en esta historia juega un papel importante Terry Lennox, su amigo de la novela El largo adiós (1953), de la cual La rubia de ojos negros puede entenderse como una continuación.

Como es su costumbre, Marlowe se muestra muy irónico, no sólo en sus diálogos concisos (a lo Hemingway), sino en sus reflexiones (“…siempre me pregunto por qué la Parca no debería sentir cierto orgullo, dada la meticulosidad con que trabaja y su imbatible récord de éxitos. “) Su sentido de la ironía es comparable al de un grande, su ilustre compatriota George Bernard Shaw (1856-1950). Y aunque sin duda ostenta un perfil melancólico, también se conduce como un escéptico no asumido (“Cuando te detienes a pensar, el mundo es un lugar aterrador. Y eso sin tener en cuenta a la gente.”)

La rubia de ojos negros, que recién apareció este año, ya puede considerarse un clásico del género policial.

Germán Cáceres

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