1 de mayo
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Homenaje al Papa Francisco en CSV Radio
"Mi Buenos Aires querido", el programa que conducen Carolina y Atilio Orsi por CSV Radio, realizó una emisión especial en homenaje al Papa Francisco, su legado y sus palabras. Escuchalo nuevamente.
Podés escuchar "Mi Buenos Aires querido" todos los jueves a las 17 hs por CSV Radio Online en https://csvradio.com.ar
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Se inauguró la Feria del Libro 2025
El jueves 24 de abril se realizó el acto oficial de apertura de la 49° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que tiene a Riad como ciudad invitada. El escritor Juan Sasturain dio el discurso de apertura. Hubo silbidos y abucheos para el Secretario de Cultura de la Nación, Leonardo Cifelli. Escuchá los discursos.
El acto oficial se llevó a cabo este jueves 24 de abril a las 18 en el predio La Rural, con la presencia del Secretario de Cultura de la Nación Leonardo Cifelli, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Jorge Macri y el presidente de la Fundación El Libro, Christian Rainone. También estuvo presente el presidente de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP), Raúl Escandar.
Riad es la Ciudad Invitada de Honor de este año, representada por Abdulatif bin Abdulaziz Al-Wasel, Director Ejecutivo de la Autoridad de Literatura, Publicación y Traducción de la capital saudita, quién subrayó la importancia de la cooperación cultural como una herramienta civilizatoria para construir puentes y fortalecer las relaciones entre naciones y destacó los vínculos entre Arabia Saudita y Argentina.
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Riad, Ciudad Invitada de Honor en la Feria del Libro
Riad, o Riyadh, es la Ciudad Invitada de Honor de este año en la Feria del Libro, con un stand que propone danzas típicas, charlas, gastronomía, conferencias, literatura, poesía, vestimentas, café, teatro y artesanías. Quiénes fueron las anteriores.
El objetivo de la invitación es proporcionar en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires un contenido cultural especial, rico y distintivo y ayudar al inicio o el fortalecimiento de relaciones comerciales entre ambas industrias del libro.
Ciudades Invitadas de Honor
Lisboa (2024): la presencia fue "una oportunidad única para el Municipio de Lisboa de invertir en literatura, así como para los autores portugueses, emergentes, nuevas voces, que de este modo tienen la posibilidad de divulgar su trabajo en un mercado extranjero tan lleno de potencial como es el de América Latina" destacó Carla Quevedo, curadora de Lisboa en Buenos Aires.
Santiago de Chile (2023): sumó las visitas de escritores, músicos y cineastas que conectan ambas ciudades a través de la cultura.
La Habana (2022) diseñó un stand de 200 metros cuadrados con personalidad propia y con la impronta de la ciudad. Alegró la Feria con su tradición musical y sus costumbres culinarias. Congregó a una numerosa comitiva que participó de más de cien actos culturales que se desarrollaron en su mayoría en el stand.
Barcelona (2019) construyó un stand de 200 metros cuadrados, con un auditorio propio y una librería, esta última con ventas significativas. Trajo cerca de 70 autores y artistas y una cantidad similar de profesionales del libro. Aportó un gran número musical para la Noche de la Feria y autores y especialistas al Festival Internacional de Poesía, el Espacio de Diversidad Sexual, las jornadas de capacitación profesional, etc. y un programa propio con 120 actos. Expuso en dos sectores de la feria muestras de ilustradores y una historia del libro en catalán. Distribuyó al público un importante programa en formato libro. Hizo dos actividades culturales fuera de la Feria. Realizó un lanzamiento previo en la ciudad de Barcelona para la prensa local e internacional.
Montevideo (2018) Construyó un stand de 200 metros cuadrados, con un auditorio propio y una librería, esta última con ventas significativas. Aportaron más de 40 autores (escritores, historiadores, músicos, etc. incluso a programas de la FEL como el Festival Internacional de Poesía, el Diálogo de Escritores Latinoamericanos, el Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro); dos solistas y una murga para la Noche de la Feria, y unos 40 profesionales (libreros, editores) a las Jornadas Profesionales. Desarrollaron un programa diario con mucha creatividad, dirigido a públicos muy diversos.
Los Ángeles (2017) Construyó un stand de 200 metros cuadrados, con un auditorio propio. Aportaron 12 autores (escritores y guionistas, una poeta al Festival de Poesía, un narrador oral al Encuentro Internacional de Narración Oral), dos grupos musicales para la Noche de la Feria y unos 20 bibliotecarios. Estos últimos participaron de las Jornadas Profesionales y en el transcurso de la Feria, y colaboraron en la atención del stand. La Embajada de los EEUU organizó un Día de las Universidades, donde 70 universidades norteamericanas colocaron pequeños stands, en otro reciento, para explicar sobre becas y carreras. Dos de los guionistas tuvieron encuentros con estudiantes de cine.
Santiago de Compostela (2016) construyó un stand de 200 metros cuadrados, con un pequeño auditorio propio. Trajo a 30 autores (escritores, académicos, científicos, ilustradores, etc.), además de editores a las Jornadas Profesionales. Imprimió un programa en tabloide, que sumó más de 80 actividades. Aportó autores al Festival Internacional de Poesía, al Foro de Enseñanza de las Ciencias y al Encuentro Internacional Borgeano. A la inauguración asistieron el presidente de la Xunta y el alcalde de la ciudad. Además de las actividades que realizó dentro de la Feria, tuvo un programa fuera de ella con exposiciones, visitas a escuelas y un festival de cine gallego en la sala Gaumont.
México DF (2015) realizó un muy elogiado stand –que incluyó, como en los casos anteriores, el expendio de bebidas y comidas típicas– y acercó más de 70 personalidades propias: escritores, ilustradores, editores, libreros, músicos, pedagogos, periodistas. Realizó en salas y en su stand presentaciones de libros, debates, conferencias, recitales; hizo participar a sus escritores en diálogos y festivales organizados por la Feria. También como en los casos anteriores aportó presencias a las Jornadas de Profesionales y a las educativas. Produjo un tabloide con la programación y divulgación cultural para distribución en la Feria.
Sao Pablo (2014) también diseñó su stand con personalidad propia y acercó a la Argentina cerca de 40 artistas: escritores, ilustradores, músicos, editores, traductores. Desarrolló en dos salas de la ciudad un ciclo de cine brasileño. Promovió especialmente a jóvenes artistas paulistas que se expresan en el movimiento urbano conocido como “sarao”. Además de ocupar salas, realizó actividades poéticas y musicales en su propio stand. Produjo un magazine sobre su presencia y divulgación de la cultura paulista que se distribuyó con el diario de mayor circulación de la Argentina.
Amsterdam (2013) inauguró un stand llamado “Café Amsterdam” y la presencia de cerca de 30 figuras de su cultura: escritores, editores, ilustradores, críticos, historiadores. Desarrolló o participó en no menos de tres actividades diarias. Dio a conocer dos ediciones especiales de literatura actual para el lector argentino y realizó dos muestras: de libros mejor diseñados y de historietistas. Produjo un tabloide informativo y de difusión de la cultura y el turismo de Holanda que distribuyó con el diario de mayor circulación de la Argentina.
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Día del libro
El 23 de abril fue elegido pues supuestamente coincide con el fallecimiento de Miguel de Cervantes y William Shakespeare en la misma fecha en el año 1616. Realmente Cervantes falleció el 22 y fue enterrado el 23 cuando se consignó la fecha del fallecimiento, mientras que Shakespeare murió el 23 de abril del calendario juliano, que corresponde al 3 de mayo del calendario gregoriano. En esta fecha también fallecieron William Wordsworth (en 1850) y Josep Pla (en 1981).
Cada año, la UNESCO y las tres organizaciones profesionales internacionales del mundo del libro (la Unión Internacional de Editores, la Federación Internacional de Libreros y la Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones Bibliotecarias) eligen una capital mundial del libro cuyo mandato empieza cada 23 de abril.
Los invitamos a visitar nuestro catálogo on line y así descubrir los libros disponibles en la Biblioteca.
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Despedimos al Papa Francisco
Este lunes, tras las Pascuas, falleció en el Vaticano el Papa Francisco, a los 88 años. Su figura también integra nuestro catálogo.
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Recibimos pedidos para la compra de libros en la Feria
El listado debe estar ordenado por editorial (imprescindible), además de indicarse por supuesto título y autor. Debido a la posibilidad de compra anticipada, sólo se recibirán sugerencias hasta el 19 de abril en nuestro correo carlossanchezviamonte@yahoo.com.ar.
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“Elogio de la lectura y la ficción”: el discurso de recepción del Nobel de Literatura de Mario Vargas Llosa
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.
Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en “El Sur”, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.
Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.
En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.
De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.
De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.
Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.
Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.
Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!
La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.
Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.
De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.
Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.
Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.
No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.
El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.
El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.
Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.
Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.
Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).
La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.
Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.
Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.
De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010
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Murió Vargas Llosa
“No tendrá lugar ninguna ceremonia pública. Nuestra madre, nuestros hijos y nosotros mismos confiamos en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de amigos cercanos. Sus restos serán incinerados”, cierra el documento, que lleva la rúbrica de los tres hijos del ganador del Premio Nobel de Literatura.
Vargas Llosa fue uno de los escritores más influyentes y reconocidos del siglo XX y XXI en el ámbito de la literatura en lengua española. Nacido en Arequipa, Perú, en 1936, fue parte fundamental del llamado “Boom latinoamericano”, junto a figuras como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes.
Su obra, marcada por una prosa elegante, un profundo compromiso con la libertad individual y una visión crítica de la sociedad latinoamericana, abarcó novelas, ensayos, teatro y periodismo.
Entre sus novelas más emblemáticas se encuentran La ciudad y los perros (1963), que revolucionó la narrativa hispanoamericana con su tratamiento crudo del autoritarismo en una escuela militar; La casa verde (1966), una compleja historia sobre la violencia y el deseo ambientada en la Amazonía y el norte del Perú; Conversación en La Catedral (1969), considerada una de sus obras maestras, donde retrata el deterioro moral del país bajo la dictadura de Odría; La tía Julia y el escribidor (1977), una novela semiautobiográfica cargada de humor y ternura; La guerra del fin del mundo (1981), una epopeya histórica sobre la rebelión de Canudos en Brasil; y Travesuras de la niña mala (2006), una novela de amor obsesivo que recorre distintas capitales del mundo. Todo estos títulos y varios más se encuentran en nuestro catálogo.
Además de su carrera literaria, Vargas Llosa tuvo una destacada participación en el ámbito político. En 1990 fue candidato a la presidencia del Perú como representante del Frente Democrático (FREDEMO), en una campaña que marcó un antes y un después en su vida pública. Su derrota ante Alberto Fujimori fue un punto de inflexión que lo llevó a retirarse de la política activa, aunque nunca abandonó el debate público. Con el tiempo, su defensa del liberalismo económico y político lo convirtió en una figura polémica pero respetada, y sus artículos en medios como El País y La República siguieron despertando tanto adhesiones como críticas.
En 2010 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, “por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su revuelta y su derrota”, según la Academia Sueca. También recibió el Premio Cervantes (1994), el Príncipe de Asturias de las Letras (1986), la Legión de Honor francesa, y múltiples doctorados honoris causa por universidades como Harvard, Princeton, Oxford, y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde él mismo se formó como escritor.
En 2023, publicó su última novela, Le dedico mi silencio, marcando su retiro de la ficción. Ese mismo año, fue admitido en la Academia Francesa, convirtiéndose en el primer autor en español en recibir tal honor.
Respecto de su vida amorosa, el escritor peruano entabló un vínculo con Julia Urquidi (1955-1964), a quien inmortalizó como personaje en La tía Julia y el escribidor. Posteriormente, se casó con su prima Patricia Llosa (1965-2015), con quien tuvo tres hijos: Álvaro, Gonzalo y Morgana. Entre 2015 y 2022, mantuvo una relación muy mediática con Isabel Preysler, de quien se separó luego de ocho años.
En mayo de 2019, Vargas Llosa fue entrevistado por la BBC en el contexto de la promoción de su libro La llamada de la tribu, una reflexión sobre sus influencias filosóficas y políticas, entre las que destacan pensadores liberales como Karl Popper, Isaiah Berlin, Friedrich Hayek y Raymond Aron. En esta conversación, abordó temas personales como la vejez, la muerte y su visión del legado que deseaba dejar una vez partiera de este mundo.
Durante su diálogo con el medio británico, expresó una profunda conciencia de su edad y de la inevitabilidad del paso del tiempo, pero también se mostró agradecido por el impacto que tuvo su literatura. Una de las frases que resonó de aquel intercambio fue: “Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente”, apuntó el diario La Nación.
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De la luz y la sombra, poemas de Carlos Penelas
Una selección de poemas de Carlos Penelas, responsable del Taller Literario en nuestra Biblioteca, publicada en el sitio Palabra abierta.
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Foto: Emiliano Penelas |
Ahora la luz
Llega la luz para crear la sombra.Ahora la luz, la claridad del cielo.
Lo que sobrevive de lo sagrado
bajo la noche estrellada.
Esta intacto el secreto que sorprende la aurora,
la azada y el arado que mis abuelos asían
como palmas triunfales.
Aquellos campesinos
irremediablemente solitarios
en bosques devastados
renacen en la llama del poema
entre la indiferencia y la congoja.
Solo ellos protegen mi espíritu,
el corazón disperso, los ángeles ausentes.
Vivo en tanta iniquidad
que solo soy libre en el ensueño.
[2024]
Amo los viejos muebles
Amo los viejos muebles,las manos antiguas que identifican
la intimidad del hogar.
Junto a la lámpara que descubre el poema
los dioses soplan y consuelan mi espíritu.
Una mujer me guía, me acompaña.
Los recupera del tiempo, los protege,
descubre el alma que habita la belleza.
Crea sitios mágicos en esta constelación
de libros, retratos y talismanes únicos.
Hay una liturgia, sutiles ritos.
Como una cripta en la iniciación
este sillón trasciende mi destino.
[2024]
La sombra
Parece escudriñar el estupor de los espejos,la invasión del tiempo, la avidez del silencio.
A veces, de noche, parece viajar en una barca.
Sin saber por qué ha cambiado
su forma de moverse, de sentarse, de observar.
Es fiel a mis preguntas, a mis dudas inútiles,
al remordimiento y a la ausencia.
Me acompaña en sosiego, en desamparo.
A veces parece que urde en lo más íntimo.
(Junto a ella una mujer me amó.)
Quizá sea la esencia que desconozco,
una quimera que acecha mi rostro,
la incisiva plegaria sosteniendo otra máscara.
Contemplo su soliloquio, la mudanza de los días,
la gratuidad de las pequeñas cosas,
una cavilación sobre la memoria de la infancia.
Ahora, sólo intento remedar su prodigio en palabras.
[Buenos Aires, febrero de 2024]
Completas
El espacio del espíritu, donde puede abrir sus alas, es el silencio.Antoine de Saint-Exupéry
El sol, los mares y los pájaros han brindado la vida,
no los cabalistas ni los soñolientos ojos de las bibliotecas.
En ellos no hay candelas ni epopeyas ni abismos.
Iluminado ámbito desnudo
entre hojas de recuerdo y abandono.
Con el corazón callado
siento este transcurrir hacia la nada
en un paisaje hermoso, en la belleza de los pétalos.
En este bosque, en soledad, evoco a Simone Weil,
a Blaise Pascal, a Nicolás de Cusa. Ahora, busco retiro en una secreta abadía,
apartado del templo, de nave en nave,
en las voces del coro con hermanos de pie
para oír incesantemente campanadas elevadas
desde el misterio y la leyenda.
Preguntan qué has hecho, qué es ese temblor
del viento sobre el instante…
(Estoy aquí para ver con los ojos que no ven).Y el canto gregoriano oculta abstraído
el reclinado crepúsculo de las sombras.
El silencio toca la noche en las estrellas.
Carlos Penelas, 2024
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Las Malvinas, argentinas
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Semana azul 2025
Entre otras cosas, en una jornada llevada a cabo en el Congreso Nacional se señalaron algunas dificultades, necesidades y reclamos:
- El psiquiatra infanto juvenil Christian Plebst afirmó que “el autismo es una pandemia. Una de las claves son los pediatras. Si ellos pueden identificar de manera temprana que el niño no está pudiendo aprender, se puede trabajar mejor. Las señales de los lactantes son muy sutiles. Necesitamos pediatras que tengan experiencia, mucho conocimiento, observación y seguimiento. Otra son las acompañantes escolares, que deben estar mucho más preparadas de lo que están. Y obviamente los propios colegios, que deben abrirse a lo que viene. Si la educación no es entre todos, no es educación, porque el autismo es algo que nos está sucediendo a todos”.
- Rodrigo Rey (arquero de Independiente), Julián Mansilla (periodista), Carla Junqueira (Abogada) y Alejandro Hueter (su hijo inspiró “Un León en el Bosque”) compartieron experiencias de la crianza de un hijo con autismo. Los 4 coincidieron que “aprendemos de nuestros hijos todos los días y los desafíos que nos plantean nos hace enfocarnos en lo importante de la vida, dejando de lado las pavadas”
- Una encuesta de Opina Argentina reflejó que un 58% de encuestados presenció discriminación hacia una persona con autismo y el 92% no está lo suficientemente informada sobre el tema. En tanto, el estudio de redes de Monitor Digital reflejó que desde 2023 hay un crecimiento exponencial de menciones sobre autismo tanto en redes sociales como medios de comunicación.
- Paulo Morales, presidente de TEActiva, la ONG que organizó la jornada, consideró “esto es un momento histórico para el autismo, no es fácil que tanta gente de prestigio y trayectoria se junte y trabaje orgánicamente por una misma causa”, lamentando que en el auditorio “no se hizo presente ni un solo legislador”.
- 28/3 Se ilumina el obelisco (+ sorpresas) como inicio simbólico de la Semana Azul 2025 (GCBA y TEActiva)
- 29/3 Inauguración del palco sensorial en Independiente (CAI y BEF)
- 1/4 Vigilia 2 de abril – Templo Libertad (APAdeA)
- 2/4 Acto histórico de 15 a 20hs – Plaza Vaticano (TGD Padres TEA Grupo Promotor + ONGs)
- 2/4 Marea Azul – Bicicleteada multitudinaria en apoyo acto histórico (Empujando Límites)
- 2/4 Actividades públicas y privadas en todo el país (gobiernos nacionales, provinciales y municipales, empresas, ONGs, etc)
- 4, 5 y 6 Acción sorpresa en los 15 partidos de la fecha del fútbol profesional (AFA y TEActiva)
- 5/4 Festival musical “Autismo sin límites” – Planetario (Iván y sus amigos, plim plim y Tommy Muñoz)
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Nunca Más
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Nuevo libro de Carlos Penelas
El responsable del Taller Literario en nuestra Biblioteca acaba de publicar Soliloquio del desvelo con editorial Dunken, que estará próximamente disponible en nuestro catálogo.
Soliloquio del desvelo, de Carlos Penelas, publicado por Editorial Dunken, ya se encuentra disponible en librerías. Lleva en contratapa palabras de la profesora y crítica literaria Marita Rodríguez-Cazaux y fotografía en portada de Emiliano Penelas.
Una vez más - pero desde otra mirada - las secretas nostalgias, lo bello inmediato, la modalidad clásica, la alusión, lo sugerente de la imagen, el rigor formal, el recuerdo de padres y amigos, los hijos, la fidelidad de las raíces.
Soliloquio del desvelo
Allí, donde se abisma el mar, te sueño.
Dejo la pipa sobre el escritorio y miro.
Se azula el alma, atesora la imagen de la noche.
La desnudez oculta el reclinado silencio,
la mirada perdida, la eternidad sin nombre.
Luego vinieron los océanos, el lenguaje
que cubre las ventanas y los muebles,
la posesión de los ojos sobre el lecho.
El deseo es un sabor hallado
que ilumina tu cabellera perfumando el alba.
Es cuando la intimidad y el aire
engarzan memoria en la ternura.
Sin saberlo, las manos han tocado el infinito.
******
1946
Me azora la lejanía; la voz velera,
ese hollado pulso de la sombra.
Es cuando el poema sube su silencio.
Entonces, la soledad revela otra mirada.
La mitología, por último,
acosa al mar errante que nos sueña.
******
Retrato
Acuérdate. Es tan sólo una imagen.
Flotabas por encima de la parra
en la felicidad de un tiempo.
El niño y tú eran uno en esa tarde
que flotaba por encima de los techos.
El niño tenía siete años y era feliz en ese patio
envuelto de voces castellanas y gallegas.
Rodeado de reyes, de naves, de corsarios.
Era feliz en una isla desierta, en el lejano oeste,
en una nave espacial alrededor de la luna.
Ahora hay un hombre sentado ante una mesa,
inclinado sobre libros y papeles,
con una pipa en la mano y humo holandés.
Escribe unas líneas ante un niño
que una tarde soñaba por encima de los techos.
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Rocío Danussi lee "CONTAMINACIÓN", de Ana María del Río Correa
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Taller Literario 2025
El escritor Carlos Penelas regresa a la Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte con su Taller Literario. Será los jueves a las 17 horas. Para informes e inscripción llame al 11 2454-9397 (de lunes a viernes de 16 a 20) o escriba a carlossanchezviamonte@yahoo.com.ar
Fue crítico literario desde 1983 hasta 1989 de LS1 Radio Municipal y LRA Radio Nacional, donde condujo distintos programas culturales. Colaboró durante años con el suplemento literario del diario La Prensa, y fue columnista de medios gráficos del país y el exterior.
Dictó conferencias en la Universidad de La Coruña, Cátedra de Literatura Latinoamericana y la Universidad Autónoma de Madrid. La Fundación Internacional Jorge Luis Borges lo hizo participar entre los diez poetas vivientes más importantes. En los últimos años ha realizado extensas giras de conferencias por Europa, Sudamérica y el interior del país. Coordina talleres literarios desde 1984.
Soliloquio del desvelo es su último libro, publicado en enero de 2025. Más información en http://www.carlospenelas.com/
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Italiano 2025
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Clases de folklore
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Rocío Danussi lee a Fernando Arrabal
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Diez poemas de Germain Droogenbroodt
AMANECER
Lentamente
igual como se escribe un poema
surge de la nada
el amanecer
se desprende del silencio
y otorga luz
por todas partes aparece el verde
viático para el sol
que de la tierra
no aparta otra oscuridad
salvo la noche.
ATARDECER
El murmullo del agua
dice lo que pienso
Chiang Tzu
El sol
que prende el fuego del alba
declina en su propia sangre
entre el ramaje de los árboles
el viento lanza un último suspiro
audible queda el murmullo del río
pero el ojo que busca sosiego
se embriaga con el vino
que tan generoso vierte
el atardecer.
De “En la corriente del tiempo, Meditaciones en el Himalaya”
4
No sigas de la noche las estrellas
sino río arriba la oscuridad
terrestre y palpable
no ahorres la limosna
comparte con los nómadas de la noche
el pan y el vino
arroja rosas en el alba.
de “Contraluz”
ÁGUILA
Los cuervos vuelan en bandada
el águila vuela sola
Luchino Visconti
Tan cercana al cielo
vuela el águila
solitaria
como el poeta
esperando paciente
la llegada de una palabra
hasta que al fin la pluma
rasga unas líneas
dudando todavía
del sentido
vano
del nombrar.
de “En la Corriente del tiempo, Meditaciones en el Himalaya”
APACIBLE MAÑANA EN EL HIMALAYA
Parece
como si la noche anterior
hubiera saciado toda sed
el día llega pleno de luz
y voces de pájaros
extraños al oído
a lo lejos
el sonido vacilante de una flauta
un rezo matinal
para Shiva, para Buda
o para cualquier otro díos
tan apacible parece esta mañana
como si después de tantos siglos
alcanzase la humanidad
finalmente la paz
finalmente tranquilidad.
de “En la Corriente del tiempo, Meditaciones en el Himalaya””
¿Qué más busca la palabra
en los posos del ser
sino lo insondable
que sin embargo existe?
como el agua del río
de la mano escapa
pero en el cántaro
su límite alcanza
su forma conserva
y sacia
como a veces
el poema.
de “En la Corriente del tiempo, Meditaciones en el Himalaya”
SEÑALES
Entre las ramas de los árboles
toca el silencio una fuga de silencio
Pensamientos caen
como hojas otoñales
en la primavera del tiempo
Nubes blancas flotan
en el aire azul
caligrafía oriental
sobre el lienzo del cielo.
de “Desombrada luz”
POEMA MATINAL
aparentemente surge de la nada
así surgen sobre la hoja blanca
las primeras palabras
de un nuevo poema
gotas de rocío que brillan
sobre los pétalos del amanecer.
Inédito
SENTIMIENTOS PRIMAVERALES
Reconociste la primavera
por su verde
y por los salmos de los pájaros
ahí, tan alto en el cielo
y inventabas otra vez cosas
olvidadas hace tanto tiempo
pintabas imágenes
con las centellas del aire
no solamente del rocío matinal
sino también del sueño.
BUSCANDO LA LUZ
Un guiño a Hugo Mujica
Aunque las raíces
buscando agua
se entrelazan
y las ramas
buscando luz
se distancian
sólo las ramas hallarán la luz,
las raíces nada más
que oscuridad.
Avión Zagreb-Barcelona, 19.5.2014
Inédito
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Feria del Libro: los grandes grupos anuncian a los primeros invitados internacionales
Las autoridades de la Fundación El Libro (FEL), organizadora del evento cultural más importante del país, informarán la programación oficial y los nombres de invitados internacionales a mediados de marzo en un desayuno de prensa. Este año la ciudad invitada de honor es Riad, capital de Arabia Saudí. A dos meses del inicio de la Feria, las editoriales locales no han lanzado novedades de autores árabes.
El seleccionado de Planeta está conformado por los españoles Fernando Aramburu, que presentará el libro de cuentos Hombre caído; María Dueñas, que llega con su nueva novela Por si un día volvemos; Paloma Sánchez Garnica (Premio Planeta 2024 por Victoria), Rosa Montero (con Animales difíciles, cierre de la serie de la detective androide Bruna Husky), Alice Kellen (por la novela de romance juvenil Quedará el amor), la autora de novelas erótico-románticas (para mayores de 18 años) Megan Maxwell y los doctores Enrique Rojas y Mario Alonso Puig, además de la premiada nicaragüense residente en España Gioconda Belli, que presentará la novela Un silencio lleno de murmullos, y el periodista uruguayo Pablo Cohen, autor de Los indomables, conversaciones con la pareja conformada por el expresidente del Uruguay José Mujica y la política Lucía Topolansky.
Penguin Random House confirmó la visita de los españoles Arturo Pérez-Reverte (que presentará la novela La isla de la mujer dormida), Julia Navarro (por la atrapante El niño que perdió la guerra) y Javier Cercas (autor de El loco de Dios en Mongolia, sobre el papa Francisco), y la historietista surcoreana Keum Suk Gendry-Kim que presentará la novela gráfica Hierba (se espera que emita opinión sobre su compatriota, la Nobel de Literatura Han Kang). Comunicaron que se estaba confirmando el arribo de otros escritores.
Los libros de los autores invitados estarán disponibles en los megastands de ambos grupos, instalados en el Pabellón Verde a metros de distancia.
Por Daniel Gigena
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Horarios de atención al público
Centro Cultural y Biblioteca Popular
Carlos Sánchez Viamonte
Austria 2154
(1425) Ciudad de Buenos Aires
Donación de libros

Página oficial del Centro Cultural y Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte. Austria 2154/56, Buenos Aires, Argentina.
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