F Mariana Enríquez, primera mujer argentina en ganar el Premio Herralde: “Es mi novela más personal y eso involucra lo político” - Carlos Sánchez Viamonte

Mariana Enríquez, primera mujer argentina en ganar el Premio Herralde: “Es mi novela más personal y eso involucra lo político”

La mayor exponente contemporánea del género del terror en el país cruza los años de plomo con una saga familiar.


En las ficciones de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) -considerada la mayor exponente contemporánea del género de terror en el país- las visiones más aterradoras son como un espejo turbio que, más temprano que tarde, terminan reflejando la propia imagen. Enriquez acaba de convertirse en la primera mujer argentina en ser reconocida con el prestigioso Premio Herralde de Novela. Gana esa distinción por la novela En nuestra parte de noche. “Se trata de mi novela más personal, y cuando digo eso estoy involucrando también lo político y lo histórico", dirá a Clarín por teléfono horas después de conocer la decisión.

Esta vez, los personajes son un padre y un hijo que atraviesan la Argentina por ruta hacia las Cataratas de Iguazú, bajo el clima opresivo de la dictadura y sorteando controles de soldados armados. Ellos inician una secuencia que abarcará, en total, casi cuatro décadas de historia.

“La novela aspira a instalar una gran pregunta acerca de si es posible desprenderse de ese legado o contexto para reescribir la propia historia, indaga en ese interrogante”, explica Enríquez.

Sus novelas y relatos - publicados en revistas internacionales como Granta, Electric Literature o The New Yorker- refieren, no pocas veces, al presente y pasado argentinos y a su tenebrosa herencia, la del terrorismo de Estado, que la escritora había tematizado en clave de terror en Los peligros de fumar en la cama.

En Nuestra parte de noche la pregunta sobre la herencia histórica sirve de eje a una saga familiar que se despliega a lo largo de más de seiscientas páginas y en la que “el pasado termina operando como una maldición”, según anticipó la propia autora.

Se trata de su obra más ambiciosa y personal, que ella misma define como “una novela gótica desmesurada”. La novela transcurre en tres momentos -los años 80, los 90 y ciertas alusiones a los 60- y en tres ciudades: Buenos Aires, Misiones y Londres.

El Premio Herralde está dotado con mucho prestigio y 18 mil euros. En ediciones pasadas lo alcanzaron tres compatriotas, Alan Pauls (2003), Martín Kohan (2007) y Martín Caparrós (2011).

Ahora los miembros del jurado integrado por Lluís Morral, Gonzalo Pontón Gijón, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y Silvia Sesé, priorizaron la obra de Enríquez sobre un total de 680 originales y destacaron, en palabras de Pontón, que “desborda las convenciones del género al que adscribe para elevarse a la categoría de novela total, abierta a grandes asuntos: la inmensidad de la relación entre un padre y un hijo, los lazos terribles del amor y de la amistad, la enfermedad como condición de vida, las máscaras del ritual, la verdad atroz de los dioses, la cara oculta de la historia y la política”.

Villalobos juzgó a su vez que es “continuadora de una tradición que podríamos denominar ‘La Gran Novela Latinoamericana’, pertenece a una estirpe de obras tan disímiles, pero igualmente ambiciosas y desmesuradas, como Rayuela, Paradiso, Cien años de soledad o 2666”. Aunque, en rigor, la autora se haya nutrido de una tradición más asociada al género de terror y el fantástico, con autores como Stephen King , Lovecraft o John M. Harrison, algunos de sus referentes literarios.

Su formación también debe mucho a obras como Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato, Cumbres borrascosas, de Emily Brönte y a los poemas de maldito Arthur Rimbaud, uno de sus ídolos tempranos, y al que leía durante su adolescencia platense, en los años 90; días que pasó rodeada tanto de relatos de inspiración gótica como de la música de los Stones, The Cult o Red Hot Chili Peppers.

Nuestra parte de noche, que se publicará en diciembre, está narrada de manera polifónica: son seis las voces que componen una estructura coral para sembrar, finalmente, la pregunta sobre lo heredado: ¿es posible reescribir un pasado -familiar o histórico- que en determinado momento se revela monstruoso?


El cuerpo, la enfermedad, los desaparecidos
La autora -que reconoce que los primeros “textos de terror” que leyó fueron los que documentaban las torturas de los setenta y los ochenta- condensa en la novela que la consagra las que son sus grandes obsesiones: “El tema del cuerpo y la enfermedad es una de ellas y también las desapariciones, porque la entidad fantástica se lleva esos cuerpos. Está también la atmósfera de la psicodelia en los 60 y ciertos elementos que remiten a lo satánico”.

La ficción sumergirá esta vez al lector en rituales con sacrificios humanos y enigmáticas liturgias sexuales, mientras los personajes avanzan hacia adelante y más allá del contexto trágico que los envuelve.

Nuestra parte de noche es una historia de largo aliento que la autora había comenzado a escribir en 2016, después de lanzarse con éxito al mercado internacional con Lo que perdimos en el fuego, que fue traducida a quince idiomas. En aquel libro los personajes eran los habitantes de la noche porteña, que peregrinaban las calles del barrio de Constitución buscando alimentos, tres adolescentes que elegían atravesar intoxicadas los sucesivos apagones dictados por el primer gobierno menemista, una chica sin un brazo que desaparece sin que nadie pueda explicar su paradero y otra que se arranca las uñas con los dientes y termina enloqueciendo, mientras imagina que un hombre la obligaba a hacer cosas que ni siquiera es capaz de enunciar. Esos son algunos de los seres rotos con los que denunciaba, a través del lenguaje de la ficción, las perversiones de un sistema que margina a los seres sufrientes y muchas veces termina invisibilizándolos.

“El terror, en sus cuentos, se desliza como un jadeo de agua negra sobre baldosas al sol. Como algo imposible que, sin embargo, podría suceder”, definió con ojo clínico la cronista Leila Guerriero, otra de las argentinas con mayor proyección internacional y que, junto a Enríquez y Samanta Schweblin, goza del privilegio de haber sido reseñada –en 2018- por The New York Times. Mientras que la ensayista y crítica Beatriz Sarlo supo señalar que se trata de una autora que toma un rasgo que los argentinos reconocemos sobre todo en Cortázar y lo exacerba: lo podrido y maléfico de la vida cotidiana, la rajadura por la que se filtra un fondo de irracionalidad donde chapotean cuerpos entregados a sus excreciones y palpitaciones”.

"Parte de la trama de la nueva novela transcurre en el norte argentino, y hay también pasajes en la Londres psicodélica de los años 60”, describe la propia Enríquez. "Y luego hay disparadores y elementos que tienen que ver con lo satánico. Diversos elementos que son recurrentes en mi obra y acá se amalgaman en una misma y extensa trama, hasta llegar a los años 90, claves en mi vida y en la de mi generación, que es analógica y previa a las redes sociales. Los personajes tienen algo de esa mirada vintage.”

Enríquez básico
Mariana Enríquez es escritora, docente y subeditora del suplemento "Radar" del diario Página/12.

Empezó a escribir su primera novela, Bajar es lo peor (1995), a los 17 años y la publicó a sus 21. Le fue muy bien: a poco de haber salido a la calle, su nombre circulaba en el mundillo de la cultura y entre los lectores porteños como el de la joven revelación literaria.

A ese libro siguieron Cómo desaparecer completamente (2004), las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama (2009) y Cuando hablábamos con los muertos (2013), la novela corta Los chicos no vuelven (2010) y los relatos de viajes Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios (2013), al que sumaría al año siguiente la biografía Un retrato de Silvina Ocampo.

Verónica Abdala
Diario Clarín

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