F “El corazón tiene forma de patata”, una conversación inédita entre Agnès Varda e Isabel Coixet - Carlos Sánchez Viamonte

“El corazón tiene forma de patata”, una conversación inédita entre Agnès Varda e Isabel Coixet

La directora de Mi vida sin mí entrevistó en 2003 a la cineasta francesa precursora de la Nouvelle Vague fallecida a fines de marzo a los 90 años.


Agnès Varda, en una imagen de 2002

En mi adolescencia, cuando la única directora de lo que yo tenía noticia era Agnès Varda, su nombre adquiría para mí tonalidades épicas, poéticas, inalcanzables. Me embargaba una especie de extraña ebriedad cada vez que veía su nombre en el programa de la Filmoteca, bebía literalmente los títulos de sus películas: Cleo de 5 a 7, La felicidad, Sin techo ni ley... Ella y Jacques Demy ocupaban en mi imaginario cinematográfico el equivalente a Sartre y la Beauvoir, pero con alma, calidez, paraguas multicolores y sin turbantes... Como sucede en otros casos de parejas famosas, su figura ha quedado siempre algo marginada al lado de la de Demy, pero ciertamente es algo que a ella le trae completamente al fresco.

Años después vi Kung-Fu Master, su conmovedor retrato de Jacques Demy en Jacquot de Nantes y Los espigadores y la espigadora, una de las películas mas insólitas, vivas y fundamentales de los últimos 10 años. Conocí personalmente a Agnès, hace años cuando se le hizo un homenaje a Demy en el Festival de Sitges. Recuerdo que, en aquel momento, acababa de terminar Los espigadores... y, con su modestia habitual, me hablaba de un pequeño documental que había hecho sobre el glanage, el viejo derecho a recoger lo sobrante de los campos de cultivo, una vez terminada la cosecha. Mi asombro fue enorme cuando, meses después, vi la película y me di cuenta que ese "pequeño documental" del que me había hablado era una obra fundamental.

El pasado mayo [de 2003], en la muestra Cinefrancia de Zaragoza se le rindió homenaje por toda su obra, al tiempo que se exhibió Dos años después, la segunda parte de Los espigadores... Y para allá me fui en tren y con mil preguntas bullendo en la cabeza.

Para cualquiera que haya visto Los espigadores... el rostro, las manos y el flequillo de Agnès Varda son muy familiares, esas manos que encuadran con precisión infantil los camiones en la carretera, esas manos que evidencian con serenidad el paso del tiempo, esas manos que empuñan una cámara digital y nos dan a todos una lección de cine, vida y botánica.

Agnès Varda es [en 2003] una chica de 73 años, con una mirada traviesa, curiosa, limpia, inteligente, libre. Nada mas verme, me regala un paquete de pastas de almendra de Provenza (que paso a devorar) y me pregunta si me corto yo misma el flequillo ( “....ejem, sí”) y acto seguido se empeña en hablar de Mi vida sin mí que vio ayer en los Renoir de Zaragoza y del asombroso parecido entre Sarah Polley y Sandrine Bonnaire.


Agnès Varda. Tu protagonista tiene la misma belleza de Sandrine. ¡La belleza de un rostro ordinario y luminoso! ¡Qué dos formidables actrices!

Isabel Coixet. Ayer, en el coloquio posterior a Dos años después, alguien confundió repetidamente a los protagonistas de sus dos últimas películas con personajes y sin embargo de Sin techo ni ley todo el mundo decía...
A. V. ... que su protagonista parecía una persona, un ser humano, al que la cámara había encontrado en la calle.

I. C. Hay mucho de esos personajes en los protagonistas de estas películas, el hombre que se alimenta de basura y, a la vez, da clases a emigrantes.
A. V. Es un hombre admirable en su generosidad, en su falta total de egoísmo. Alguien que da, que da siempre, que de lunes a viernes enseña a otros aún menos favorecidos que él a leer y escribir, transmite sus conocimientos, lo mas valioso que posee. Y sabe que al final del año cinco o seis africanos a los que da clases habrán aprendido a leer y escribir francés. Alguien, cuya vida, realmente marca una diferencia en la vida de los otros.

I. C. Es muy gracioso su comentario sobre Los espigadores..., ha demostrado mucho sentido del humor no cortándolo.
A. V. Ah, sí, cuando dice que yo debería no salir en la película, que todo eso de mi pelo, las manchas de mis manos y la humedad de mi casa no debería salir... bueno está claro que esa parte no le gustó, pero me parece coherente que desde su punto de vista que es estrictamente humanitario, ecológico, antisociedad de consumo, le parezca que esa parte sobra, pero me parece muy divertida la manera en que dice : Quizás eso a otros les interese, a mí no.

I. C. Y entonces aparece una señora que no está de acuerdo con él...
A. V. Eso fue totalmente espontáneo, la señora pasó y le dijo cuánto le admiraba y cuánto le había gustado la película, pero que en eso no estaba de acuerdo, recuerdo que cuando les dejé en el café, todavía seguían discutiendo amigablemente sobre ese punto.

I. C. La señora hace un comentario muy bonito de la película, algo que he oído comentar a mucha gente, dice: Los espigadores... te da ganas de ser mejor persona.
A. V. Eso me han dicho, yo no sé si es verdad, lo cierto es que todos los que han visto la película no pueden mirar de la misma manera a los que ven recogiendo los restos en los mercados o a los que viven en caravanas. Así fue el germen de la película, una vez al acabar el mercado me di cuenta de toda la gente que aparecía con sacos y bolsas de plástico recogiendo lo que sobraba. Ese gesto de recogida, me recordó gestos que había visto en cuadros, en grabados.

I. C. Sin embargo, su presencia física en el filme, sus manos, la tapa del objetivo que se balancea son también los que hacen la película tan única, tan libre.
A. V. Tengo la impresión de que es una libertad que viene envejeciendo, no quiero hacer comparaciones, pero me siento un poco como los viejos pintores, como Matisse cuando empezó en su vejez a hacer recortables de muñecas. Cuando uno es joven necesita hacer un boceto, un apunte, empezar con alguna base y, sin embargo, al envejecer puedes hacer acopio de una especie de almacén general de emociones y seguir tu instinto. Trabajar en el montaje ha sido muy importante en estas dos películas, el montaje es donde puedo organizar mis impresiones y conseguir un equilibrio entre las cosas que hacen daño, que dan pena y las cosas ligeras. Porque yo pienso que en un mundo donde casi todo va mal, casi todo es injusto, uno no puede pasarse el día culpabilizándose, eso no cambia nada. Por ejemplo, en esta guerra, en esta horrible guerra de Iraq, yo me he sorprendido sintiéndome vagamente culpable.


I. C. Piense como se sentiría si su propio país, el Gobierno de su país, hubiera apoyado abiertamente la guerra.
A. V. Sí, eso es mucho peor, pero el caso es que todos nos hemos manifestado y no hemos conseguido parar la guerra. Con la miseria pasa lo mismo, en fin, uno a veces se siente responsable de la miseria del de al lado, de la miseria del que vive en un país como Francia, en una caravana , con un grifo del que apenas sale un hilo de agua.

I. C. Me impresionó mucho la relación entre Sammy, el hombre que se parece a Ho Chi Minh, y Salomón.
A. V. Sí, es una relación conmovedora. Ho Chi Minh le daba cobijo y en aquella casa había un lío tremendo de papeles, neveras, cocinas viejas, cartones, fardos de ropa y, sin embargo, esos dos hombres se querían, había una ternura entre ellos tremenda.

I. C. Y cuando Salomón dice: “Me gusta hacer reír a la gente, hacerles felices”.
A. V. Sí, ¿te imaginas? ese hombre que vive de la caridad, que duerme en una furgoneta aparcada en la calle, con un pequeño bidón de agua y apenas lo puesto, es un hombre contento, contento con su destino, contento con hacer reír a los demás, conforme con el dinero que le dan por acarrear cosas de acá para allá, nunca quejándose.

I. C. Eso es lo que impresiona.
A. V. ¿Es una cuestión de carácter, de fuerza de espíritu, uno nace así? no lo sé, pero ese hombre me dio una lección... a veces uno se siente un poco ridículo, como cuando llego a una ciudad a presentar mis películas, que en el fondo tratan de la miseria, y me dan la mejor suite del hotel, con una bañera en la que puede caber una familia de cinco miembros y me pregunto: ¿Qué tiene que ver todo este lujo con lo que representa mi película? las contradicciones en ese sentido son espectaculares.

I. C. Como cuando vas en limousine al estreno de una película que pasa en un tráiler.
A. V. Sí, pero el caso es que, el hecho de que yo haya hecho una película sobre los espigadores no quiere decir que me tengan que dar una caravana y un saco de dormir cuando voy a presentarla en un festival.

Las dos, entrevistada y entrevistadora, tenemos aquí un buen momento de reflexión sobre las espectaculares contradicciones del planeta en general, en las que solo el sentido del humor y la distancia introspectiva pueden ser aliadas.

I. C. Es muy reconfortante volver a ver a los personajes de Los espigadores... Uno tiene la impresión en la segunda parte de que la película les ha hecho mucho bien.
A. V. Yo tenía una deuda con ellos. Cuando la película ha recibido premios en metálico, los he compartido con ellos, les he enviado dinero. Para mí, la película da voz y sirve de vínculo entre los que no tiene voz y los que nunca se han parado a escucharles. Y en ese sentirme intermediaria, a veces, me he preguntado si no era una manera de aprovecharme de ellos.

I. C. No es esa, en absoluto, la impresión que uno se lleva con las películas. Usted se acerca a esas personas de igual a igual, con curiosidad, sinceridad y mucha ternura.
A. V. Bueno, no sé. Yo estaba allí con mi pequeña cámara y mi manera de hacer, con curiosidad afectuosa, hacía bromas con ellas... Para mí no eran personas ajenas y, por eso, me ha gustado reencontrarles dos años después. Algunos se pasan por mi casa cuando vienen a París, les invito a un café, a comer. Y los espectadores se han sentido conmovidos por la película. Muchos de ellos también se han alegrado. De hecho, jamás he tenido una respuesta tan emotiva, cálida y colorista, como con esta película. Eso está en Deux ans aprés, todas las cartas, libros, regalos, pedazos de madera encontrados en la playa, máscaras hechas de chapas de Coca-Cola, pequeñas esculturas hechas de materiales encontrados en la calle.


I. C. Y patatas.
A. V. Y patatas en forma de corazón, de muñeca, de ángel, de todas las formas y colores. La semana pasada me regalaran una cesta de patatas negras; no sabía que existían. En Francia ya me deben llamar “madame patata”.

I. C. Son bellísimas las patatas que han florecido.
A. V. ¿Verdad que sí? Yo las encuentro muy bellas, fascinantes. Que algo tan primario, tan básico, tan simple, tan barato, tan tonto como las patatas pueda al mismo tiempo esconder tanta belleza. A lo mejor por eso yo estoy en contra de los productos de belleza. Bueno, eso lo digo por decir. Lo que sí creo es que la belleza solo existe si uno intenta buscarla. Para mí la patata en forma de corazón respira.

I.C. Como la belleza de todas esas cosas tiradas.
A.V. Sí, esas cosas, que, como dice Macha en la película, crean vínculos entre las personas, explican historias. Esas minucias, esas pequeñas muñecas sin brazos, esos pequeños objetos que han entrado en nuestra memoria y que, de alguna manera, están llenos de emoción, de la emoción que nosotros colocamos en ellos. Para ella, para esa mujer, como para el hombre que colecciona botones.

I. C. Ese es el único que me ha parecido un poco fantasma en la película.
A. V. Sí. Quizás, en el momento en que se intelectualiza un discurso así deviene pretencioso.

I. C. Útil, sin embargo, porque usted había perdido un botón. Déjeme preguntarle algo que me interesa de una manera muy personal , viéndola en estas dos películas que me han conmovido profundamente , impresiona su agudeza, su sentido del humor...
A. V. Alguien dijo que el sentido del humor es la elegancia de la desesperación.

I. C. Su absoluta libertad e independencia y su inteligencia, [ante estas palabras, Varda pone una cara de incredulidad profunda] ¿ha perdido alguna vez su fe en el cine?
A. V. No, nunca. Seguramente, porque yo nunca he triunfado. Bueno, quizás una vez, con Sans toit ni loi (Sin techo ni ley), que fue una película que funcionó muy bien en todo el mundo y en la que no tuve que sacrificar nada. Era un filme duro, feo, desagradable, con un personaje inadaptado en un mundo hostil y, extrañamente, mucha gente amó la película. Y después, no sé, a mí nunca me ha interesado hacer carrera en el cine, no me ha interesado tener éxito en el sentido de los Oscar, el dinero o los homenajes. Me gustan, como a todo el mundo, pero no sé... Para mí fue muy revelador lo que me dijo el psicoanalista/viticultor, que uno recoge lo que la conciencia y la memoria han tirado, abandonado. Y yo trabajo como si de un lado del mundo estuviera la desesperación y del otro lado, las patatas.

I. C. El corazón tiene forma de patata.
A. V. Es verdad.

Diario El País, España
Abril de 2019

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