El escritor español Álvaro Pombo gana el Premio Cervantes 2024
El jurado destaca “su extraordinaria personalidad creadora, su lírica singular y su original narración”
Había sido recomendado por Esther Tusquets. Pombo le hizo llegar El hijo adoptivo, que no le entusiasmó. Pero Herralde se interesó por otro título del que Pombo había hablado en una entrevista. El héroe de las mansardas de Mansard. “Quedamos deslumbrados”, ha rememorado Herralde, “un escritor fabuloso con un universo y un lenguaje (el reinado del hipérbaton) que no se parecía a ningún otro”. En 1983 ganó el primer Premio Herralde de Novela y estrenó la colección Panorama de Narrativas. Herralde escribiría a Francisco Umbral subrayando el valor del genio que estaba seguro de haber descubierto. Comenzaba una carrera como narrador que le llevó, pasado el tiempo, a ingresar en la Real Academia Española desde 2004 (Letra j, después de Pedro Laín Entralgo). Le propuso, entre otros, Luis Mateo Díez, ganador del Premio Cervantes del año pasado y miembro del jurado de este.
Entre sus novelas destacan El temblor del héroe (Premio Nadal, 2012), El cielo raso (Premio Fundación José Manuel Lara, 2001), La fortuna de Matilda Turpin (Premio Planeta, 2006), Donde la mujeres (Premio Nacional de Narrativa, 1996) o El héroe de las mansardas de Mansard (Premio Herralde, 1983). En poesía, su vocación primigenia, destacan desde Protocolos (1973) hasta Los enunciados protocolarios (2009). Además de su faceta literaria, tuvo su incursión en política, vinculado al partido Unión Progreso y Democracia, hoy desaparecido. En las elecciones de 2008 encabezó la lista de UPyD al Senado por la Comunidad de Madrid, candidatura en la que repitió en 2011.
En su pasada edición el Cervantes había premiado a un narrador, Luis Mateo Díez, después de una inopinada racha de cinco poetas: Rafael Cadenas, Cristina Peri Rossi, Francisco Brines, Joan Margarit e Ida Vitale, que recibió el premio en 2018. Este año, Álvaro Pombo, que, como decía Vicent, es un escritor singular, que es poeta y que también es poema: “He aquí a un escritor cuya personalidad trasciende la literatura hasta el punto de que su mejor libro es el propio Álvaro Pombo de carne y hueso”.
Sergio C. Fanjul / Jordi Amat
El escritor Álvaro Pombo (Santander, 85 años) es el Premio Cervantes 2024. Lo anunciaron este martes, en rueda de prensa, el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, y la directora general del Libro y Fomento de la Lectura, María José Gálvez. El jurado destacó “su extraordinaria personalidad creadora, su lírica singular y su original narración”, y también señaló que en sus creaciones “muestra el mundo a través de la construcción de un lenguaje en el que las deformaciones de la realidad aparecen reflejadas bajo el disfraz de la ironía y del humor”.
Dotado con 125.000 euros, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, como se llama oficialmente, es el gran y prestigioso laurel que viene a coronar la carrera de un escritor. Es el fruto de años de éxito sostenido: esa inusual mezcla de trabajo duro, buena fortuna y talento innato. Se concede anualmente por el Ministerio de Cultura a propuesta de la Asociación de Academias de la Lengua Española y se entrega en una solemne ceremonia, en Alcalá de Henares, el 23 de abril, Día del Libro, en conmemoración del fallecimiento del autor de El Quijote.
De vida dizque bohemia, de gorro en la cabeza y pinta marinera, de buhardilla libresca que navega en el barrio de Argüelles, donde se asoma a la llegada de los vencejos, Pombo tiene en su haber una larga trayectoria que incluye géneros como la novela, el ensayo y la poesía. Y una figura singular. “El caballero de la rosa de los vientos”, lo describió Manuel Vicent en una semblanza, donde también le retrata como “escritor con aire de hidalgo un poco tronado”. Uno al que no es extraño ver tomar el fresco, en mitad del bullicio urbano, por los bancos de su barrio, como si viviera en otros ritmos. Ocurrente y afable tras sus gafitas redondas, heterodoxo, a veces también ha sido escandaloso.
De mal escolapio a gran escritor
A finales de los cincuenta, en la revista de un colegio mayor de Madrid, el Aquinas, pudo leerse el primer artículo de Pombo. Era un niño de buena familia santanderina que había sido un mal estudiante de los escolapios. Sus intereses: la poesía y la filosofía. Su rostro de aguilucho paseaba por el patio con el enorme Index Aristotelicus de Herman Bonitz bajo el brazo. Allí conoció al luego filósofo José Antonio Marina, con el que hablaba del Doctor Faustus de Thomas Mann. Pombo repetía un verso de Wallace Stevens: “Para ser poeta hay que serlo constantemente”. Lo tomó en serio. Un día le dio a Marina un artículo titulado Rainer María Rilke, la realidad como misión. Allí yacía una semilla de su narrativa: “El artista toma sus propios sentimientos y, en lugar de decirlos arrastrando en ellos su peculiar sensación del mundo, los pone ante sí, los objetiva, narrándolos como otra cosa más entre las cosas”.
Sus años universitarios en Filosofía son los años del franquismo en los que José Luis López Aranguren construye una conciencia crítica desde el cristianismo. Pombo, en su discurso de entrada en la RAE, años mas tarde, quiso reconocerse en ese legado con palabras que incluían también a Pedro Laín. “La integridad personal de estos hombres que hicieron posible no solo la renovación del cristianismo en España, sino también de la renovación de España con la democracia”. Al terminar la carrera pensó en opositar a profesor de instituto, pero decidió marchar a Londres. Allí trabajó como limpiador de una oficina del Banco Urquijo, sacando brillo a la cubertería de familias acomodadas o de telefonista. En 1970 retomó los estudios. En 1973 publica Protocolos, su primer libro de poesía con prólogo de Luis Felipe Vivanco.
Aún en Londres escribió un libro de cuentos: Relatos de la falta de sustancia. Le pidió un prólogo a Aranguren y Juan Benet le hizo llegar el original a Rosa Regás, que en 1977 lo publicó en su editorial La Gaya Ciencia. Una de las mejores lectoras españolas, Carmen Martín Gaite, escribió sobre el libro. Ese año Pombo ganaba con Variaciones el premio de poesía El Bardo. Hasta el 77 vivió en el ajetreado Londres de la época, donde consiguió el Bachelor of Arts en el Birkbeck College y siguió manteniendo aquellos diversos oficios, en una experiencia vital de once años que le marcó para siempre.
Dotado con 125.000 euros, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, como se llama oficialmente, es el gran y prestigioso laurel que viene a coronar la carrera de un escritor. Es el fruto de años de éxito sostenido: esa inusual mezcla de trabajo duro, buena fortuna y talento innato. Se concede anualmente por el Ministerio de Cultura a propuesta de la Asociación de Academias de la Lengua Española y se entrega en una solemne ceremonia, en Alcalá de Henares, el 23 de abril, Día del Libro, en conmemoración del fallecimiento del autor de El Quijote.
De vida dizque bohemia, de gorro en la cabeza y pinta marinera, de buhardilla libresca que navega en el barrio de Argüelles, donde se asoma a la llegada de los vencejos, Pombo tiene en su haber una larga trayectoria que incluye géneros como la novela, el ensayo y la poesía. Y una figura singular. “El caballero de la rosa de los vientos”, lo describió Manuel Vicent en una semblanza, donde también le retrata como “escritor con aire de hidalgo un poco tronado”. Uno al que no es extraño ver tomar el fresco, en mitad del bullicio urbano, por los bancos de su barrio, como si viviera en otros ritmos. Ocurrente y afable tras sus gafitas redondas, heterodoxo, a veces también ha sido escandaloso.
De mal escolapio a gran escritor
A finales de los cincuenta, en la revista de un colegio mayor de Madrid, el Aquinas, pudo leerse el primer artículo de Pombo. Era un niño de buena familia santanderina que había sido un mal estudiante de los escolapios. Sus intereses: la poesía y la filosofía. Su rostro de aguilucho paseaba por el patio con el enorme Index Aristotelicus de Herman Bonitz bajo el brazo. Allí conoció al luego filósofo José Antonio Marina, con el que hablaba del Doctor Faustus de Thomas Mann. Pombo repetía un verso de Wallace Stevens: “Para ser poeta hay que serlo constantemente”. Lo tomó en serio. Un día le dio a Marina un artículo titulado Rainer María Rilke, la realidad como misión. Allí yacía una semilla de su narrativa: “El artista toma sus propios sentimientos y, en lugar de decirlos arrastrando en ellos su peculiar sensación del mundo, los pone ante sí, los objetiva, narrándolos como otra cosa más entre las cosas”.
Sus años universitarios en Filosofía son los años del franquismo en los que José Luis López Aranguren construye una conciencia crítica desde el cristianismo. Pombo, en su discurso de entrada en la RAE, años mas tarde, quiso reconocerse en ese legado con palabras que incluían también a Pedro Laín. “La integridad personal de estos hombres que hicieron posible no solo la renovación del cristianismo en España, sino también de la renovación de España con la democracia”. Al terminar la carrera pensó en opositar a profesor de instituto, pero decidió marchar a Londres. Allí trabajó como limpiador de una oficina del Banco Urquijo, sacando brillo a la cubertería de familias acomodadas o de telefonista. En 1970 retomó los estudios. En 1973 publica Protocolos, su primer libro de poesía con prólogo de Luis Felipe Vivanco.
Aún en Londres escribió un libro de cuentos: Relatos de la falta de sustancia. Le pidió un prólogo a Aranguren y Juan Benet le hizo llegar el original a Rosa Regás, que en 1977 lo publicó en su editorial La Gaya Ciencia. Una de las mejores lectoras españolas, Carmen Martín Gaite, escribió sobre el libro. Ese año Pombo ganaba con Variaciones el premio de poesía El Bardo. Hasta el 77 vivió en el ajetreado Londres de la época, donde consiguió el Bachelor of Arts en el Birkbeck College y siguió manteniendo aquellos diversos oficios, en una experiencia vital de once años que le marcó para siempre.
Una editorial quebrada
Ya en España siguió publicando con Regás, hasta que La Gaya Ciencia quebró. Autor de un cierto prestigio en circuitos culturales, se había quedado sin editorial y temía que su carrera quedase truncada. Fue entonces cuando recibió la llamada de Jorge Herralde, que estaba virando la línea de Anagrama para pasar de ser una editorial de combate ideológico a una editorial que privilegiaría la narrativa.Había sido recomendado por Esther Tusquets. Pombo le hizo llegar El hijo adoptivo, que no le entusiasmó. Pero Herralde se interesó por otro título del que Pombo había hablado en una entrevista. El héroe de las mansardas de Mansard. “Quedamos deslumbrados”, ha rememorado Herralde, “un escritor fabuloso con un universo y un lenguaje (el reinado del hipérbaton) que no se parecía a ningún otro”. En 1983 ganó el primer Premio Herralde de Novela y estrenó la colección Panorama de Narrativas. Herralde escribiría a Francisco Umbral subrayando el valor del genio que estaba seguro de haber descubierto. Comenzaba una carrera como narrador que le llevó, pasado el tiempo, a ingresar en la Real Academia Española desde 2004 (Letra j, después de Pedro Laín Entralgo). Le propuso, entre otros, Luis Mateo Díez, ganador del Premio Cervantes del año pasado y miembro del jurado de este.
Un mal momento
“Andamos en el griterío constante, en un mal momento, me parece a mí”, se quejaba el autor en una entrevista con este periódico en 2023, un momento de ruido y polarización que le parecía similar al que precedió a la Guerra Civil, y que retrata en su novela Santander, 1936, entonces galardonada con el premio Francisco Umbral. Uno más en su larga retahíla de galardones, que este Cervantes viene a culminar. “No somos muy de escucharnos los unos a los otros. Hoy no se entiende bien la gente. No conversan, lo ves en la televisión”, añadía. “A los líderes de los años treinta les caracterizaba una gran elocuencia, se contemplaban auténticas peleas de oradores. Todo tuvo un componente muy verbal”. La verbalidad que, tal vez, ahora se explaya en las redes sociales, aunque sea en otros códigos. Una verbalidad que también Pombo ha explotado: ha escrito muchos libros, pero muchos otros, en los últimos años, los ha dictado, lo que para algunos también ha otorgado a su prosa un particular sonido.Entre sus novelas destacan El temblor del héroe (Premio Nadal, 2012), El cielo raso (Premio Fundación José Manuel Lara, 2001), La fortuna de Matilda Turpin (Premio Planeta, 2006), Donde la mujeres (Premio Nacional de Narrativa, 1996) o El héroe de las mansardas de Mansard (Premio Herralde, 1983). En poesía, su vocación primigenia, destacan desde Protocolos (1973) hasta Los enunciados protocolarios (2009). Además de su faceta literaria, tuvo su incursión en política, vinculado al partido Unión Progreso y Democracia, hoy desaparecido. En las elecciones de 2008 encabezó la lista de UPyD al Senado por la Comunidad de Madrid, candidatura en la que repitió en 2011.
En su pasada edición el Cervantes había premiado a un narrador, Luis Mateo Díez, después de una inopinada racha de cinco poetas: Rafael Cadenas, Cristina Peri Rossi, Francisco Brines, Joan Margarit e Ida Vitale, que recibió el premio en 2018. Este año, Álvaro Pombo, que, como decía Vicent, es un escritor singular, que es poeta y que también es poema: “He aquí a un escritor cuya personalidad trasciende la literatura hasta el punto de que su mejor libro es el propio Álvaro Pombo de carne y hueso”.
Sergio C. Fanjul / Jordi Amat
Diario El País, España, 12 de noviembre de 2024