F Sobre Gombrowicz - Carlos Sánchez Viamonte

Sobre Gombrowicz

Me propongo escribir sobre Gombrowicz después de leer sus reflexiones, que registró entre el 53 y el 69. De lo que pienso sobre él como escritor diré que de vez en vez me toco el lóbulo derecho, el lóbulo izquierdo o me pongo un dedo en un punto medio entre los ojos. Son los signos que él mismo pidió. Respetémoslo. Los elogios de los críticos merecieron todo su desprecio y siempre prefirió que lo critiquen en vez de que le soben el lomo. El elogio de un enemigo es peor que el insulto de un ser querido. Lo mejor es ser indiferente y entender que, como dijo Kipling, éxitos y reveses son sólo dos insulsos impostores.


Todo pintor, todo músico, todo escritor debe ser pretensioso. No es un defecto que se muestre soberbio, es un impulso que no se puede reprimir y, según Gombrowicz, no se debe reprimir. Porque el que escribe quiere ser el mejor y quiere tener su monumento. Quiere que los siglos lo recuerden. En síntesis, no quiere morir del todo, por lo menos como escritor.

Los escritores en el exilio, ese fue el leitmotiv de Witold Gombrowitz (o) Wit Old, Wee Told, Bit Old, Wee Witoldo (o) Toldo; ese fue su conflicto eterno con el público, los críticos y los medios de su territorio de origen. Conflicto que muchos otros tuvieron desde que el mundo es mundo. No quiso reconocer el supuesto genio de los escritores que el comunismo encumbró. Los tildó de serviles y cómodos. Los culpó de impedir el conocimiento de sus libros que después del éxito europeo de Ferdydurke fueron prohibidos por el régimen en todo el territorio soviético. Y ellos contentísimos escribiendo estupideces en un círculo perpetuo de elogios y de reconocimientos mutuos.

Tengo que reconocer que de sus enemigos no tengo ni noción y que sus nombres me producen un profundo desconcierto: Mickiewicz, Siedlecki, Sienkiewicz (según dicen muy notorio por su novelón Quo Vides), Debicki, etc. Con esos nombres es comprensible que los ignore. Por muy buenos que fuesen no los registro y por ende no opino sobre ellos. El que los destruye es Witold, no yo. Yo tengo que reproducir lo que opine o mejor dicho, opinó Gombrowicz sobre quienes fueron los compinches de su juventud. Como dije, este fenómeno se repite en todos los exilios. Pensemos si no en el inventor de los cronopios y los conflictos en los que se metió con los escritores criollos. Siempre los tuvo en menos, con excepción de Filisberto (que estuvo, como él en Chivilcoy con su grupo de músicos, pero no tuvieron el gusto de verse) Filloy y de otros pocos de su gusto. ¿Qué dijo Wit Old (oh, oh) del inventor de los cronopios? Rien. ¿Qué dijo el inventor de los cronopios de Wee Told (oh, oh)?: “Oh, Gombrowicz, ese enorme Cronopio”. Eso fue todo. Como el conocido encuentro de Proust con Joyce en lo de Mme. de Jeunesseqoui:

Proust (con fingido interés).

Vous-êtes proche de Mme. Du Quelle?

Joyce (con un bostezo).

–No.

Proust (insistente).

Vous-êtes donc voisin de Monsieur Untel?

Joyce (incómodo).

–No.

Proust (divertido).

Quelle heure est il, M. Joyce?

Joyce (leyendo un periódico).

Cinq heures et demie, M. Proust.

Proust (cortés).

Merci, M. Joyce.

Joyce (descortés).

Je vous en prie.

Todos pretenden ser los líderes de un movimiento y que el mundo los recuerde por siempre. Unos lo consiguen y otros no. ¿Pero cómo terminó un escritor como Gombrowicz entre nosotros? Vino con otros nobles ilustres huéspedes de honor en un crucero nuevo, Hitler rompió con los rusos, cruzó el Oder (¡Joder!) y Gombrowicz decidió no volver. Sin conocimiento de nuestro léxico, sin un peso en el bolsillo y sin conocidos, sobrevivió como pudo escribiendo reportes y después consiguió un modesto empleo en lo de un usurero. Esto lo envenenó, pero en no mucho tiempo se recuperó. Y se conectó con el mundillo de los escritores, que lo recibieron con cierto recelo, pero le hicieron un sitio en sus encuentros. Pero Witold G los provocó desde el minuto uno porque siempre hizo eso con todo el mundo, como un niño molesto que dice lo que no debe. Y en ese tiempo, como hoy, sobre ciertos tópicos no se discute, y mucho menos en público. Pero de todos modos Gombrowicz es un escritor europeo, reconocido por medios prestigiosos y los jóvenes lo siguen.

Este vínculo con los jóvenes es un coqueteo entre su intelecto, su ego y un erotismo que no se decide por seguir o retroceder. Sobre este coqueteo Gombrowicz edificó un mito que creó en su entorno un misterio que ninguno de sus escritos reveló. Borges, según el retorcido libro de Bioy, lo consideró un “noble pedófilo”, pero Borges fue cruel e irónico con todo el mundo, incluso con su querido Bioy y si bien fue un genio no fue un hombre de pelo en pecho, por no decirle pelele. De estos rumores, Gombrowicz no se defendió. E incluso escribió sobre sus recorridos por Retiro, viendo los conscriptos descender de los buques en el puerto. Su tesis de que el hombre superior requiere de los servicios del inferior como método de rejuvenecimiento, produce en los espíritus simples un poco de inquietud, por decir lo menos. El hombre que siente ese tipo de impulsos tiene que tener un temple como el suyo si quiere exponerse como se expuso. Después de todo, él escribe lo que siente y lo escribe en un registro cronológico y con intención firme de que se publique.

No es lo que quiso Borges, por ejemplo, con el libro que Bioy publicó. Me pregunto si Borges lo hubiese permitido. Estoy seguro de que no. Poderoso jefe de escuderos, Don Dinero. Resumiendo, Gombrowicz quiso que sus seguidores fuesen hombres entre los diecisiete y los veinticinco. Porque sintió horror de verse viejo y no pudiendo impedir envejecer, buscó un método que le sirviese como escudo, y con ese escudo se protegió.

Sobre el grupo que reescribió Ferdydurke no nos dice mucho, pero dice que es cierto que incluso los mozos hicieron su contribución, y que (como siempre) tuvieron presente el texto vertido en el léxico de Molière.

Gombrowicz es polémico y coherente, pero sobre todo intuye que le conviene, en todos los sentidos, ser polémico. Lo pone en un sitio prominente, se discute sobre él, sobre sus libros, sobre sus opiniones, su posición respecto del comunismo, su exilio insólito en los confines del mundo. En fin, Gombrowicz es, existe, se ve, se oye y lo que es mejor, se lee. Se mete con los escritores de su tiempo, con los críticos que lo tienen como objetivo preferido de sus reportes insidiosos.

W G se preguntó por qué motivo muchos escritores reconocidos del siglo veinte decidieron escribir libros ilegibles. Es cierto, coincido, es un misterio. Y eso que, bueno, no es sobre eso que quiero escribir. Mis lectores entienden lo que quise decir. Creo que los textos ilegibles surgieron con el modernismo y luego se convirtieron en libros de culto, que se tienen por tenerlos, pero no se leen. Uno puede decir con todo derecho, como lo sostiene Hervé Michel (L’île lisible, Montrouge, 2010) que lo ilegible es el mundo, y no los libros. Tiens!

Como si tuviese pocos frentes con lo que entretenerse, Gombrowicz se mete con el mundo femenino y su nulo (el término es suyo) sentido poético. El sentido estético femenino es inexistente, desde que por doquier vemos esos bellos rostros y esos cuerpos esbeltos con hombres deformes y horribles por el solo hecho de ser “distinguidos” o “inteligentes” pero el motivo es bien distinto: los tipos son ricos. Eso es todo. Es propio de mujeres unirse en himeneo con leguleyos pudientes, médicos prestigiosos y condes de juguete sin que les importe mucho si tienen dos ojos, tres pelos o un solo pie, si poseen un sólido ingreso. No existe un ser menos poético, dice Gombrowicz, que el femenino. El dinero es, insisto, según Wit Old, su sentido estético. Y esto no solo lo pensó, lo dijo en público y lo escribió, sino que lo publicó. Con este tipo de opiniones muy pronto se hizo ver. Escribió folios y folios sobre este polémico conflicto estético-poético entre hombre y mujer. Y vuelve con sus menciones de los efebos y los jóvenes y se defiende de los psicólogos como de unos enemigos terribles que pretenden entrometerse en su espíritu. Es muy complejo.

Recuerdo que Ferdydurke, que publicó el Cuenco, me gustó mucho, pero este registro cronológico lo leí como un deber, por compromiso, como uno de esos libros que uno se impone leer porque sí, sin ningún motivo específico.

El mismo Gombrowicz reconoce que es un soberbio y dice que el escritor humilde no existe y quien se dice humilde finge su orgullo por no ser tenido por engreído. Witold nos dice que el escritor modesto es estéril e improductivo y que no se puede prescindir del gesto soberbio, displicente y orgulloso típico de todo escritor. Y yo pienso que lo mismo puede decirse de un buen vendedor, ¿no? O existe un buen vendedor modesto y humilde. Finge ser modesto con el único propósito de vender. El que no vende no come, Gombro, escritor o no escritor, el mundo de hoy, exige vendedores y si escriben o son músicos o tienen delirios místicos, mejor. Es mi humilde, lo digo como escritor, opinión.

Otro de sus conflictos lo tuvo con quienes escriben en verso; Gombrowicz sostuvo que son muy pocos los lectores que sienten un deleite genuino por los versos y que el mundo de lo poético en verso es un mundo ficticio y mentiroso. Los versos no lo conmueven y le producen tedio. Se defiende de quienes lo creen insensible diciendo que con los versos que, como en Dostoievsky, se entretejen con elementos del decir corriente, él suele estremecerse como el hombre sensible que es. Lo rítmico, lo monótono, lo repetitivo de los versos que se tienen como genuino producto de un espíritu poético, le producen un profundo disgusto. Y de quienes escriben ese tipo de versos dice lo siguiente: mentirosos, necios, pomposos, retorcidos, esnobs, tontos, estúpidos. Dice Gombrowicz que el lector o el oyente quiere que le gusten los versos que lee, no es que le gusten, sino que cree, porque se lo dijo un crítico, que son versos soberbios de un genio incomprendido, y con eso lo convencen como se convence un niño. Después de convencerse lee convencido de que lo que lee son versos gloriosos. Y Gombrowicz puso como ejemplo los conciertos que dio sin el menor conocimiento melódico. El selecto público porteño lo vivó de pie con grititos frenéticos de un grupo de mujeres “bien”. Después les dijo que el concierto fue un bluff con el objetivo de exponer su tesis sobre los supuestos genios modernos y los vergonzosos criterios estéticos del público y los críticos. Los presentes se ofendieron y se prometieron no permitirle en el futuro el ingreso en su círculo exclusivo. Con lo que Witold se rio como loco y se los reconoció de modo sincero. Con este sencillo recurso consiguió que su nombre se extendiese como un mito y se lo consideró un escritor ingenioso y poseedor de un humor fino y corrosivo como pocos.

Lo mismo que dijo sobre los versos lo repitió sobre ciertos libros que son tenidos como muy buenos pero que no se leen, y puso como ejemplo El deceso de Virgilio, de Broch, y el Ulises, de Joyce, porque, dice Gombrowicz, esos libros herméticos, fríos e incomprensibles, fueron escritos de hinojo y con el ojo puesto no el lector sino en el estilo y el método confundiendo sus tortuosos jeroglíficos con los complejos vericuetos que por lo común esconden los productos del genio. Creo ver en estos juicios de Witold un poquitín de celos por lo menos por Joyce, cuyo libro, como Borges, no leyó. Los escritores son terriblemente celosos. Luego de exponer sobre los escritores de versos sigue con Sienkiewicz, de quien lo ignoro todo. No me detengo con Sienkiewicz en este informe. El mundo es enorme pero nuestro tiempo es breve y no quiero que mi lector se desconcentre.

Sobre cómo debe ser un crítico, Gombrowicz nos dice: debe ser cruel, feroz, contundente, inflexible, incorruptible, inteligente, pero si entiende que debe destruirlo, primero tiene que leerse, entero, el libro que destruye. El que siente que el poncho le pertenece, que se lo eche sobre el hombro, dijo Gombro.

Witold vio un pobre insecto vuelto sobre su lomo y moviendo los miembros en un intento frenético de ponerse de pie. Dudó en intervenir, pero lo tumbó con un dedo y el bicho siguió su recorrido. Después vio otro e hizo lo mismo, y luego vio otros bichos invertidos sobre sus lomos y los colocó de nuevo en su posición; pero en pocos segundos vio un ejército de insectos con el mismo inconveniente. Como es lógico no puede con todos, pero insiste y quiere por lo menos permitir que uno de todos esos pobres infelices se libre de su horrible tormento. Tiene que elegir uno; uno entre miles, debe vivir y el resto perecer. Y este uno, este último ser depende de él, que sin querer se ve convertido en un dios. Es un conflicto ético sin solución, de donde deduce que lo ético en sí, no existe si no es justo, y siendo el número lo que vuelve imposible ser justo se sigue que lo ético es un término hueco y un concepto nulo.

Uno puede coincidir o no con Gombrowicz en este punto -por lo menos yo coincido- pero no se le puede desconocer que tiene refucilos, destellos, relumbres, de genio. En otros se pone repetitivo y tedioso, pero lo bueno es que él mismo lo reconoce, porque después de todo, dice, vivir es repetirse. ¿No es un genio?

Sobre Butor, dice que es joven, y que no lo leyó. Yo leí Repertoires, y leí un buen número de libros de Gombrowicz, por lo que me siento un poco en el medio, es decir un escritor mediocre entre dos notorios escritores, escribiendo sobre ellos como si fuese un crítico, que no lo soy.

De repente Gombrowicz se mete con Borges y nos dice que no estuvo en el evento del Pen Club, que viene de destruir como un evento de petimetres pomposos, pero que el destino no lo privó de otros ridículos como su periplo por el territorio suizo, un vejete ciego que recorre el mundo promoviendo sus libros con el objetivo de conseguir un Nobel. En su opinión de escritor resentido por un reconocimiento que cree justo y que no se produce, Gombrowicz dice que Borges es un virtuoso que escribe lo que sus seguidores quieren leer. ¿Retorcido? Pero recordemos lo que Borges, según Bioy, dijo de Gombrowicz. En fin, dimes y diretes de veleidosos escritorios (escritores+notorios). De todos modos, en otro punto de su periódico, re Borges, le reconoce, junto con Beckett, méritos suficientes como los primeros receptores de un premio ecuménico prestigioso que él no obtuvo.

Dice Wit Old: precedido de los odiosos sonsonetes “por ejemplo” y “de hecho” puede decirse un número infinito de estupideces.

Otro gombrowiczismo que los lectores insomnes pueden incluir en sus discusiones: el egoísmo es el uso de un concepto indiscutiblemente cierto en beneficio propio.

Los últimos proyectiles los usó Gombrowicz con sus enemigos los filósofos, con quienes de este modo concluyó su discusión: “Señores, es imposible tener que leer y oír que un individuo que se dice inteligente nos enseñe que el hombre es lo que no es y no es lo que es”.

Marcelo Zabaloy
Publicado en Cartas Magnas

Agradecemos al autor, que nos remitió el artículo por Twitter, a raíz de la publicación en nuestra página de la "Evocación de Witold Gombrowicz" por Carlos A. Solero. 

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