F Un accidente infantil - Carlos Sánchez Viamonte

Un accidente infantil

Reproducimos un cuento de Diego Loprese, alumno del Taller Literario de Carlos Penelas.

Josef Koudelka

Santa Clara de los Cerros va saliendo de la niebla húmeda del rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre la ciudad buscando refugio en las casas. A medida que asoma el sol, la niebla se levanta despacio. Su presencia son las huellas que deja en forma de hebras blancas encima de los tejados. Allá lejos los cerros están todavía en sombras. Con sutileza los brillos del sol envolvieron al pueblo, que siguió roncando un poco más, adormecido en el calor del amanecer. Las nubes están ya sobre las montañas, tan distantes que parecen parches prendidos a las faldas de aquellos cerros azules.

El viejo Esteban despertó con el sol en alto. Se fue caminando a tientas, quejándose. No supo cómo llegó a su casa. Llevaba los ojos cerrados para evitar mirar a la resaca que lo aquejaba. Siempre le dio miedo enfrentar a sus demonios. Cayó redondo en el sofá. Volvió a dormirse. Serían las once de la mañana cuando entró Gladys buscando a Matías Sixto, su novio. Gritaba y la casa temblaba de desesperación. La madre le había dicho en la cara y sin ponerse roja que era la atorranta del pueblo.

Con tal escándalo, el viejo Esteban se despatarró en suelo. Tal susto ni los espectros lo ofrecían. Al levantarse con esfuerzo las grietas de sus huesos crujieron de lo lindo.

- ¿Qué te pasa cachafaz? ¿Nadie te enseñó que como presentarse en una casa? ¿Cómo vas a entrar a las patadas? Esta es una morada honrada.

-Ojito con alzar la voz, viejo piojoso. ¿Dónde escondiste a Matías Sixto? Siempre lo encuentro acá, juntando pulgas con usted. ¿Dígame donde esta?

-Ese pobre muchacho en tus brazos está perdido. Ni la madre lo rescata. Por Dios, que escandalosa nació esa chiruza. Hace un buen tiempo que no lo veo traer sus dramones, se defiende el viejo mientras escondía su rostro.

-Le sale regalado el papel de mártir. Nunca es nada. Jamás hace aquello ni lo otro. Hágase cargo, enfatizaba Gladys buscando desenmascarar al increpado.

- Que atrevida sos. Te pido un gramito de piedad. Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió la nona Anunziata, que sostenía el hogar con su magra pensión. Antes que se diluyera la tristeza, se nos cae esta seca que nos va a mandar directo al cajón. Y usted viene a las patadas a mi casa buscando ese vago.

Gladys hacia oídos sordos a la labia de Esteban. Sabía que podía ser todo. Desde diplomático hasta el camorrero según la ocasión. Sin perder tiempo, se puso a revolver toda la casa intentado dar con su novio.

Y el viejo se puso tenso. Y las venas del cuello se le ponían rígidas. Salió a respirar aire fresco que venía directo de las sierras. Aprovechó el clima para acostarse en un tronco avejentado. En sus sueños parecía hablarle: -¿Cuantos años de amistad llevamos vos y yo? Allí se fue durmiendo, entre la tierra seca como la polenta y el sudor convertido en una sopa.

Otra vez el grito de Gladys lo sacaba de su letargo. El despertar fue repentino. Abrió los ojos, miró al cielo y elevó los brazos como queriendo medir la tarde. “Está oscureciendo”, pensó. El viejo apenas veía.

-Matías, Matías, ¡No!, Mi amor. No tenías que llegar a esto, gritaba Gladys aferrándose a las piernas de un Matías Sixto tieso y frio como el mármol

Con dificultad, Esteban con la matrona, un par de gallinas y la chancha se acercaron al punto crucial del drama.

- ¿Qué te pasa que gritás de esa manera? Me espantás a las gallinas y después de semejante susto no me ponen un huevo.

- ¡Viejo de mierda! Usted lo llevó a que terminara así. No merecía ese final.

- ¿Cómo me acusas desfachatada? Si está ahí es porque él quiso. Pegajoso era tu hombre, carajo. Yo llevo mi vida tranquila. Vino ayer, pasado el mediodía buscando una corbata. Como si en estos lugares crecen las corbatas en los rincones. Le contesté que estaba de remate. ¿Para qué querés una corbata? le pregunte nomás. Me dijo que lo llamaron a una entrevista de trabajo. Deseaba ir bien vistoso. El tema es que no sabía hacerse el nudo. Cansado de escucharlo rogar decidí darle una mano. De mis épocas de vendedor callejero cuando usaba corbatín. Al principio de esta locura le dije que rajara de acá, que nudo y que nudo. Aparte ¿Dónde voy a encontrar una corbata?

Como es bien terco como mula en lodazal, volvió rápido y me llevó al patio. Me dice señalando: -jefecito, mire ahí, con esa cuerda donde ata las gallinas cuando las despescueza, puede enseñarme a hacer el nudo.

- ¡Carajo!, dije resignado y resoplé. No lograba dar con la cuerda, fue entonces que se subió a la banqueta del gurí. Desde abajo le fui explicando: cruzá las tiras como si fueran dos caminos, luego la punta para dentro, redondea, la pasa por debajo y aprieta. Bueno, parece que siguió apretando. En eso sonó el teléfono y la vieja ésta que grita algo de darle de comer a las gallinas y los chanchos. Nunca lo escuché al flacucho. Ni para pedir auxilio. Supuse por el silencio que se había ido a su casa a practicar. Y me rajé para el bar de Alonso como cada noche, mientras ponía su mejor cara de no puedo hacer mucho por lo que pasó.

-No, mi flaco colgado de una cuerda grasosa. No puedo tener peor mal que el amor me abandone de una manera cruel. Usted es un ser cruel. ¿Acaso no sabía que era un incapaz en todo sentido? Pobre mi amor, en su mayor esfuerzo la vida lo acogotó.

-Mire Gladys, no podía intuir que todo iba a terminar así. Como negarle el conocimiento a alguien que quiere superarse y ayudar al bienestar de todos. No sea egoísta en este momento. Mas respeto por este cadáver colgante. No se lo merece. Lo intentó todo.

- ¿Como puede decir eso? ¿Ahora se hace el piadoso? Siempre le defenestró en la cara lo inútil que era. Le decía nada te va a salir bien. Ni la muerte.

-Bueno Gladys ahí reconozco que me equivoqué. Alguna vez, se le iba a dar el éxito. No llore más que me da fiaca…

-Fiaca, desgraciado…fiaca le voy a dar a usted. Toda la culpa es suya. De esta no se va a escapar. Le voy a dar baile con la justicia hasta que pague, Gladys lloraba sin par al ritmo que la luna que venía asomando su blancuzca presencia.

- ¿Qué voy hacer sin él? ¿Qué hago con un amor convertido en cadáver?, Gladys soltaba sus lamentos a la noche como una loba herida

-Pues mire, primero llame a las autoridades para que me los descuelguen, sino esto va ser un festival de alimañas. Después, pídase el subsidio de vida posterior.

Se lo dan a uno en el caso de accidente seguido de muerte. En este pueblo sobra la generosidad para cualquier cosa.

En eso se acercaba un jovencito con algo entre sus manos. Sin estar enterado de lo que había pasado ni por el espectáculo de Gladys, interrumpió la conversación.

-Permiso, le vengo a traer la banqueta a Matías. Me la prestó para poder ver el partido.

El viejo Esteban sin creerlo, le preguntó: ¿le pediste la banqueta o se la arrebataste? Poniendo cara de incredulidad y agarrándolo de una oreja

- Señor Esteban no se enoje. Se la pedí bien, cómo usted suele enseñar. Matías me dijo: si pibe llévala nomás que yo me suelto en un segundin, aclaraba de manera inocente sin entender que estaba pasando.

- Bueno pibe, le creo. Dejá la banqueta y corre para tu casa que tu presencia ensucia mi morada. Vamos, vamos, fuera de aquí. En cuanto a vos Gladys, que macana la tuya y que triste final el de Matías. Al final todo se trató de un infantil accidente.

Con la noche recién parida, Gladys se acomoda al cuerpo del malogrado Matías, llorando para negar la desdicha que la cubre como un manto fúnebre.

Diego Loprese
Lunes 29 de junio de 2021

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