F Nick Drake, mágico y melancólico - Carlos Sánchez Viamonte

Nick Drake, mágico y melancólico

Sus sofisticadas baladas, apenas conocidas por sus contemporáneos, están siendo recuperadas por las generaciones más jóvenes.



Podría decirse que fue el comienzo de una hermosa (y fructífera) amistad. Nick Drake y Robert Kirby se hicieron amigos, no en la swinging London donde grabarían su música, sino mientras estudiaban en Cambridge a mediados de los años sesenta. Juntos habían conformado una pequeña cofradía universitaria cuyos ritos incluían “quedarse junto a la puerta una vez al día y observar las extrañas criaturas que Dios ha creado” y, por supuesto, la música. Allí en la universidad formaron un octeto de cuerdas con otros músicos. Entre obras de Leopold Mozart y Tomaso Albinoni, Kirby, pianista y multiinstrumentista, hacía de arreglador. Drake, guitarra y voz, estrenaba sus propias canciones cada tres temas instrumentales. Una sociedad que traería una de las más bellas músicas de este siglo.

Seguramente pocos sepan que la camaradería de estos dos músicos dio forma a un conjunto de canciones, redescubiertas hace relativamente poco, que se convirtieron en canciones de cuna para adultos. Abrigos que cuidan y cortejan a quienes las escuchan. Luego de su álbum debut Five Leaves Left de 1969, con pocas ventas aunque reconocido por la crítica, Drake volvió a los estudios en 1970. Así grabó lo que sería Bryter Later, su segundo trabajo, de cuyo lanzamiento este mes se cumplen 50 años.

En la discografía de Drake sucede algo que recuerda a los dos primeros discos de la banda argentina Almendra (Almendra y Almendra II), que en el primero le canta a la ciudad y a la noche –con Anas insomnes y hombres urbanos tristes y azules– y en el segundo despliega odas al campo, los nardos, los caminos, los pájaros y elefantes. De modo similar, Five leaves left, la ópera prima de Nick Drake, porta (ya desde su booklet) una tonalidad verde, absolutamente Drake, reconocible para quien se haya desvelado celando el arte de sus discos. Un espectro otoñal, como su música, verde alcalino, que lo muestra entre arbustos, bosques y enredaderas. Pero en Bryter Later el clima y la temperatura son otros (la expresión brighter later es utilizada por el parte meteorológico británico y aquí está escrita en inglés medieval): la tapa es azul y vemos en la contratapa a Nick Drake en un paisaje urbano, pleno de luces, cercano a una autopista.

Y así las letras, como la urbana y casi sorprendente en su buen humor “Hazey Jane I” (que abre luego de la introducción instrumental a modo de preludio clásico), en la que Nick parece no querer salir a la calle, a la ciudad. Y se pregunta: “¿Y qué va a pasar en la mañana, cuando el mundo se pone tan lleno que no se puede mirar por la ventana?”

Kirby, su amigo de la universidad, acudió a hacer los arreglos que caracterizarían la música de Drake, quien ya en su segundo disco se convierte en un autor en el sentido más literario: reconocemos (en una discografía que solo llegó a tres álbumes) la voz, las letras y la impecable manera de tocar la guitarra. Su estilo abrevaba en otros genios de las seis cuerdas y la recuperación del folk británico de su generación, como Bert Jansch, John Martyn, Richard Thompson, y un poco antes el virtuoso Davy Graham. Joe Boyd, el productor de Nick, narra en las memorias tituladas Blancas bicicletas el temor de recurrir a un arreglador orquestal amigo del músico, en vez de convocar a un profesional: “No sabía qué hacer con la sugerencia de Nick. Yo quería una producción a nivel mundial, no a un compañero de estudios y amigo suyo. Pero cuando al final escuché los arreglos de Robert para ‘Way to blue’ casi lloré de alegría”.

En el disco debut Kirby hizo algunos arreglos musicales; en el segundo disco, su compromiso fue total. E incluso más importante porque el segundo álbum incluye tres instrumentales, incluido el que titula el álbum (una decisión férrea que no agradó a su discográfica, Island Records, y que demuestra el gusto inglés de Drake por lo clásico y barroco).

A Kirby se le sumaron algunos músicos de jazz extraordinarios como los pianistas Paul Harris y Chris McGregor. Hay que escuchar sus respectivos solos en las canciones “One of these things first” y “Poor boy”. En esta pieza, una de las más jazzeras –casi cercana a la bossa nova, y una de las menos nostálgicas de su catálogo–, Drake y Kirby logran un gershwinismo contemporáneo, como si Porgy & Bess hubiera sido reescrita y sintetizada en la Era de Acuario. Perfecta continuación de la canción “Riverman” del disco previo, es una canción “negra” (jazz, soul, gospel, blues) en sus perfectos coros y arreglos.

En “Northern sky” se suma John Cale, de Velvet Undergroud, que se encontraba en Londres produciendo a la cantante Nico. Como una trilogía cromática la discografía de Drake, al igual que con los periodos de Picasso, ofrece un color para cada disco (verde, azulado, rosa en su opus final, Pink Moon). En este sentido, Bryter Later acompaña al escucha como una niebla matutina que no queremos que se disipe. Un tono cobalto urbano, borroso y velado, antes del amanecer. Se insinúa una Londres somnolienta, en contraposición a California y su canción, que acaso Nick no estuviera dispuesto a tolerar.

En vida del artista, ninguno de sus discos vendió más que algunos miles de copias, algo muy por debajo de los estándares de la época. Una fortuna trágica pero a la vez paradójica porque como sostiene Boyd: “Si las jóvenes y modernas generaciones disfrutan hoy de su música como propia y hasta contemporánea, es porque ésta nunca llegó a ser la banda sonora de los recuerdos de sus padres”. Como si, para disfrutar de su breve pero hermoso catálogo, su canon de tres discos insuperables, hubieran tenido que suceder en el tiempo otras músicas: la estética cruda, de cráter y suicida de Joy Division, el barroquismo de Tindersticks o la sensibilidad de un Elliott Smith.

En el libro Nick Drake. Recuerdos de un instante, de editorial Malpaso (cuatrocientas páginas plagado de fotos, imágenes y testimonios), Andrew Hicks, amigo de la infancia de Drake, confiesa que descubrió su discos en la madurez y por casualidad, cuando alguien llegó con discos de Drake a su casa. Y dice: “La música de Nick es sombría, inquietante… pero su belleza no deja nunca de elevar mi espíritu”.

Hoy las versiones de sus canciones abundan. Solo en el sello ECM (el mismo de Dino Saluzzi, Dave Holland y Keith Jarrett) hallamos las de la cantante inglesa Norma Winstone y las de la arpista Giovanna Pessi, muestras de la inteligencia para recrear su legado. Porque son las mujeres, como si hubiera un influjo de encantamiento, una erotización femenina hacia un niño-hombre insondable, las que mejor lo reimprimen en el presente, en cuerpo y alma. Juana Molina confiesa en una entrevista que cuando una colega se lo hizo escuchar, rogó que se lo presentara de inmediato, enamorada de su música y su imagen, sin saber que había muerto en los años setenta. Y la cantante española Silvia Pérez Cruz, esa figura de la canción contemporánea que puede abrazar todos los géneros, considera a Drake una de sus mayores influencias: “Nick Drake me acompaña siempre. Nunca falla. Nunca”.

A los hombres les queda en todo caso palidecer y retirarse humildemente ante su voz y su palabra, como ocurre en las versiones instrumentales del pianista Brad Mehldau de “River man”, “Day is done” y “Time has told me”.

Nick Drake falleció trágicamente a los 26 años con un disco de Los conciertos brandenburgueses de Bach en el reproductor de su habitación en la casa de la infancia. Aún se especula si fue un suicidio deliberado o si simplemente había tomado pastillas de más para dormir. Sea como fuere, eligió quedarse junto a la ventana, de vuelta en la casa de sus padres y no ver el gentío continúo y urbano del que habla en “Hazey Jane II”.

“Si conocés a una chica y te lleva a su habitación y allí hay discos de Nick Drake, es probable que te quieras casar con ella” dice una voz en off al principio del documental Nick Drake: A Skin Too Few. Puede que la institución del casamiento no tenga la popularidad de antes, pero sí la música de Drake, que continuamente es amada y disfrutada por más generaciones. Y aunque no hayamos vivido en esa Londres hermosa, gris y somnolienta, podemos decir, mirando o imaginando al objeto de nuestro afecto: “Siempre tendremos a Nick”.

Nicolás Pichersky
Diario La Nación, 13 de marzo de 2021

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