F La voz de los vencidos - Carlos Sánchez Viamonte

La voz de los vencidos

Juan Eduardo Zúñiga cumple 100 años el próximo 24 de enero. Excepcional cronista literario de la Guerra Civil, el autor de ‘Capital de la gloria’ es el gran maestro vivo del cuento español contemporáneo.


Comienza el siglo de Zúñiga. El escritor español que más tiempo e imaginación ha dedicado a la mayor cicatriz española del siglo XX, la Guerra Civil vista con Madrid como protagonista, cumplirá los 100 años el 24 de enero de 2019.

Durante años, ni en la conversación ni en las solapas de sus libros, la mayor parte de ellos relatos en los que reflejó la sangre y la incertidumbre causadas por la guerra en la ciudad donde nació, habló Juan Eduardo Zúñiga de su edad. Por pudor, aunque él también le concedió a la omisión cierta dosis de coquetería, este hombre que fue declarado inútil para la guerra por los médicos de entonces mantuvo un silencio fantasmal sobre sus años. Un silencio que, ahora, la edad y la salud parecen haber vuelto irreversible: ya no concede entrevistas.

Sin embargo, esta pasada primavera, a través de su esposa, la también escritora y editora Felicidad Orquín, mandó a decir en la Feria del Libro de Madrid que esa fecha, el 24 de enero de 2019, iba a ser, en efecto, la de su cumpleaños número 100. Orquín, privilegiada lectora de su marido, dijo de Zúñiga que él era un escritor que perseguía fantasmas… Los fantasmas, venía a decir Orquín, no tienen presente pero sí futuro. Acaso, pues, él quiso ser fantasma de sí mismo y ahora ya lleva algunos años viviendo en el futuro que buscaba su escritura que rompió sucesivamente con todos los convencionalismos literarios que le salieron al paso. Fue acosado por sus compañeros de generación, y de filas (fue, desde 1958 hasta 1964, militante del PCE), por no seguir a rajatabla los dictados del socialrrealismo, y se estrenó a la literatura de mayor difusión con El coral y las aguas (1962). Situado en la fila de atrás de todo, por su carácter y por su retraimiento, fue sin embargo el primero en romper con la disciplina del partido y también con la disciplina literaria, por lo que fue vilipendiado y asediado hasta el silencio.

Él quiso ser soldado republicano, pero los facultativos lo declararon inútil, y en 1951 dio a la imprenta, a su propio coste, un libro (Inútiles totales) en el que aparece como Cosme, un muchacho que no puede integrarse al frente de guerra. Ángeles Encinar, catedrática de Literatura en la universidad norteamericana de Saint Louis y estudiosa de la obra de Zúñiga, ve en ese joven inútil la figura alta y desgarbada, de lentes poderosos, que serían ya para siempre los rasgos del autor de Capital de la gloria. Luis Beltrán, catedrático de Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza, que con Encinar prepara la reedición (en la editorial Cátedra) de El coral y las aguas e Inútiles totales, ve al escritor Zúñiga, en efecto, “en la fila de atrás de todo”, pero avanzando sigilosamente hacia la vanguardia.

Y a ella llega en 1980, tras el silencio que le impuso seguramente la ruptura tácita con sus compañeros de letras y, en un tiempo, de ideas. La trilogía de la guerra civil, compuesta por ‘Largo noviembre de Madrid’ (1980), ‘La tierra será un paraíso’ (1989) y ‘Capital de la gloria’ (2003), sería la sobresaliente muestra de su modo de concebir la literatura y, sobre todo, la realidad que vivió él mismo en el Madrid de la guerra.

Beltrán cree que Zúñiga se sirvió en esos libros capitales de su propia experiencia personal, pero también de su manera de concebir la literatura. Heredero de Turguéniev y de Pushkin, a los que dedicó traducciones y libros, “filtró los recuerdos con su propio concepto del manejo de la imaginación” y abordó, “con un tamiz literario, su propia autobiografía”. Así es el Cosme de Inútiles totales, “como un niño que mira”, y es el que contempla la devastación, el barro herido en que se convierte su ciudad querida.

Esa alta literatura es una revancha, seguramente no propiamente impuesta, contra quienes lo habían condenado por El coral y las aguas, sugiere Encinar. “Le adjudicaron la fama de ser un escritor difícil, y él sobresalió muchos años después con un realismo metafórico que sirve de espejo a lo que sucedía en el frente de Madrid”. Era, por decirlo así, un realismo renovado en el que sobresale “el punto de vista de los vencidos”. Y no eran los grandes prototipos humanos, dicen tanto Encinar como Beltrán, los que le sirven para su metáfora sobre el barro y la furia de la guerra. Eran, como en sus queridos autores rusos, las mujeres fuertes, los hombres débiles o inútiles, las casas humildes, las madres, los vencidos los que le sirven de escenario para una literatura que, como advierte Felicidad Orquín, progresará más allá de la propia existencia de Zúñiga. Él hizo de Madrid, considera Encinar, “la ciudad protagonista de la guerra, como si la propia ciudad fuera un personaje”. Y eso, dicen ambos, también lo hereda de los rusos que hicieron de Moscú y San Petersburgo caracteres vivos de sus escrituras.

Zúñiga ha sido minucioso y lento, pero es que no estaba escribiendo sólo relatos o novelas; estaba haciendo un edificio literario cuyos habitantes, dice Beltrán, “eran las figuras, los arquetipos, como el hombre inútil popularizado por la filología eslava, que es el hombre moderno frente a la mujer, el elemento activo que hace que la sociedad avance o se rebele”.

En Capital de la gloria, sobre todo, están algunas de esas mujeres. Por ejemplo, Rosa de Madrid, una joven a la que, en medio de los detritus de la guerra, se le asoman los ademanes del deseo y los afronta como contrapunto dramático, o sensual, de las miserias de la propia contienda. Pudo haber sido, acepta Encinar, un texto para una película escrita por Rafael Azcona, aquel blanco y negro de la España que siguió rota durante la larga posguerra.

Con respecto a ese relato fundamental en la escritura de Zúñiga, un gran conocedor suyo y de su literatura, Manuel Longares, autor él mismo de Romanticismo, dice: “Rosa de Madrid es ante todo un chotis. Zúñiga ha escogido esa música popular para resaltar la diferencia que todos los contemporáneos de entonces y sus descendientes han de sufrir al contrastar la disipación marcada por el chotis y la otra de bombardeos, delaciones y asesinatos”. En este cuento, prosigue Longares, “Zúñiga coge todos los tópicos madrileñistas y los proyecta como idilio de un vivir lejano y machacado: la figura y leyenda de la modistilla sometida a la crudeza de la guerra despertando en ella el aullido correspondiente a haber convertido en una bestia a la que en los distantes años de paz era una rosa”.

Zúñiga es, subraya Longares, y en esa misma línea están los otros expertos en su obra, “el escritor de los vencidos, pero más que de los derrotados por una guerra y de los pertenecientes a una determinada adscripción política es el escritor de la ciudadanía frente a la militarización del espacio”. Madrid destrozada por la guerra, territorio militar que fue hogar y “hechizo rutinario”. Ese cuento, entre otros, representa el alma de la escritura de Zúñiga, fantasma extrañado de su propia ciudad, su casa rota ante sus ojos también heridos por la ­inútil carcasa de la contienda.

En el último acto que protagonizó Juan Eduardo Zúñiga en esta ciudad suya, en la última Feria del Libro del Retiro, cerca de donde vive, su amigo y lector Luis Mateo Díez dijo que esa trilogía “será un día la verdadera expresión literaria de la contienda civil española”. Como escritor que es, destacó el académico, lo que se toca en su escritura es al hombre que la contiene. “El hombre. Y sobre todo las mujeres”, añade Encinar ahora, pues las mujeres son las que manejan la fuerza de la vida en sus libros. “Lo descubrirán, lo redescubrirán. Descubrirán su sensualidad, la libertad de sus mujeres”. Y, dice Beltrán, “descubrirán su prosa, y verán que no es la que en su tiempo dijeron sus críticos. Descubrirán sus arquetipos, sus metáforas”. Y entonces Zúñiga vivirá, al menos, un siglo más, o más siglos, quién sabe. De momento, él, como aquel Cosme inútil total, mira al Retiro que es su paisaje, su fantasma y su futuro.



Casi centenario. Juan Eduardo Zúñiga nace en Madrid el 24 de enero de 1919. Su padre, farmacéutico, tuvo como ayudante a Ramón J. Sender.

Inútil ma non troppo. En 1939 es movilizado dentro de la llamada “quinta del 40”, formada por reclutas desechados para ir al frente por su incapacidad.

Traductor y ensayista. En 1944 traduce, junto a Teodoro Neicov, la novela del escritor búlgaro Iordan Iovkof El segador. El interés por las literaturas eslavas será una constante en su trabajo, que tendrá sus frutos en ensayos como Los imposibles afectos de Iván Turguéniev (1977) o El anillo de Pushkin (1983), reunidos en 2010 en el volumen Desde los bosques nevados.

Novelista (breve). En enero de 1949 publica su primer cuento en la revista Ínsula. Dos años más tarde, en febrero de 1951, se autoedita Inútiles totales, una novela corta —61 páginas en formato de bolsillo— surgida en el marco de la tertulia del Café Lisboa de la Puerta del Sol. Nunca la reeditó. La editorial Cátedra la rescatará en las próximas semanas junto a su segunda novela, El coral y las aguas, ambientada en la Grecia clásica y publicada originalmente en 1962.

Romántico y comprometido. Por encargo de la editorial Taurus, en 1967 publica una recopilación de los artículos sociales de Mariano José de Larra, autor al que considera un pionero de la literatura comprometido y al que en 1999 consagrará el libro de ficción Flores de plomo.

Cuentista total. Tras años de silencio creativo, 1980 es clave en su obra: Bruguera publica Largo noviembre de Madrid, un volumen de cuentos que, junto a La tierra será un paraíso (Alfaguara, 1989) y Capital de la gloria (Alfaguara, 2003), Zúñiga reunirá en 2011 en un volumen de Galaxia Gutenberg titulado La trilogía de la guerra civil.

Consagrado. Al Premio Nacional de Traducción de 1987 por su versión de la prosa de Antero de Quental se le sumó en 2004 el de la Crítica por Capital de la gloria. En 2016 recibió el Premio Nacional de las Letras al conjunto de su obra.

Juan Cruz
Diario El País de Madrid

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