F Otras bibliotecas - Carlos Sánchez Viamonte

Otras bibliotecas

Continuando el artículo sobre las bibliotecas y el reportaje a Alberto Manguel, un actor, una cineasta, un politólogo y una escritora cuéntan cómo atesoran sus libros.



Gonzalo Heredia. Un elemento central de la vida de todos los días

Desde cero. El actor Gonzalo Heredia fundó su propia biblioteca así como quien construye una casa, desde el primer ladrillo. "En mi adolescencia la idea de biblioteca estuvo relacionada a un estante para poner adornos y cosas lindas -dice-. En todo sentido yo tuve que construir una biblioteca. Primero, dentro de mi cabeza, con ese traslado de biblioteca de cosas lindas y adornos, a una biblioteca activa. Fue explorando, revolviendo en las librerías de descuentos y libros usados de la avenida Corrientes. Y también mucho por intuición, en especial con el encuentro de escritores argentinos para tener un acopio de libros". ¿Qué nombres eligió para empezar? Roberto Arlt, Rodolfo Fogwill fueron los primeros. También algún Cortázar. Y los clásicos de la literatura universal. "Uno me fue llevando a otro. Empecé a ramificarme, hasta que me familiaricé con los norteamericanos, los rusos, los europeos", cuenta. Y la biblioteca creció y creció. Heredia, activo colaborador en @lagenteandaleyendo, la cuenta que recomienda libros en Instagram, Twitter y YouTube, se considera un fetichista del libro. Como tal, tiene sus trofeos. ¿Cuáles son esas joyas de sus estantes? Una primera edición de la uruguaya Cristina Peri Rossi, firmado por ella; una primera edición de uno de Fray Mocho, comprada en una librería de viejo en Mar del Plata.

Cuenta que en su living no hay televisión, que ese lugar lo ocupa la biblioteca, a la que señala como un integrante más de la familia: "Está dentro de la estructura, dentro de la cotidianidad. Al estar en un lugar transitable, la uso, la consulto. Hago una especie de zapping de libros. Me gusta que sea parte de mi familia", explica. Fiel a la lógica de "dime qué biblioteca tienes y te diré quién eres", cuando va a una casa, lo primero que mira es eso: qué libros hay, cuántos, y agrega: "Me ha pasado de no conocer a una persona e ir a la casa y pedir permiso para ver los libros que tiene".

¿Ordenada? ¿Con libros revueltos? "Mi biblioteca está bastante desordenada porque se usa. He conocido bibliotecas estéticas, ordenadas por editoriales y colores, pero me da mucha más empatía una biblioteca desordenada porque es una biblioteca que está activa, en circulación constante", dice. Cuando intenta darle un orden, sin embargo, elige el geográfico, "como si armara un mapamundi". Luego hay otro espacio para los clásicos que trascienden geografías, como el Quijote, Ulises, Moby Dick; y una sección especial para el policial negro argentino, norteamericano y escandinavo, del que se reconoce admirador.


Lucrecia Martel. Tratar a los libros como amigos en un campamento
"Cuando iba a cumplir 9 años, mi abuela Antonia me llevó a una tienda de Salta que era juguetería, librería, de ropa, no me acuerdo cuál era. Mi abuela iba a todo tipo de tiendas, las tradicionales y las más despreciadas. Me dijo que eligiera dos cosas, como regalo de cumpleaños", recuerda la directora Lucrecia Martel. La niña eligió un revólver y una versión del Quijote para niños. Su abuela no se sorprendió por el revólver, sabía que solía jugar a los vaqueros. Sí se sorprendió por el libro, porque no tenía dibujos. "Me ofendían los libros con dibujos para niños", dice Martel. Tiempo después, su abuela Nicolasa le regaló tres tomos de la Enciclopedia de mitología griega. Entre los 9 y los 15 años, Martel se apasionó: "Era esa época en que las editoriales mandaban a unos vendedores casa por casa, tan fervientes como testigos de Jehová, ofreciendo diccionarios, enciclopedias, colecciones de literatura. Las familias se endeudaban en planes de pago para colaborar con las actividades de la escuela de los hijos". La biblioteca mental de la directora de Zama se alimenta de esas cosas.

¿Marca los libros de su biblioteca? "Los escribo, subrayo, anoto en las contratapas. Tengo algunos arrugados por el vapor de baños de inmersión. Trato a los libros como si fueran amigos en un campamento", dice. Su biblioteca tiene dos variantes: la "estabilizada", en un entrepiso, donde todo ya ocupó un lugar constante, y la cambiante, donde se agregan los nuevos. "De chica me pareció que los libros eran gente que sólo podía conocer de esa manera -cuenta-. Personas cuya compañía hubiera sido mal vista en mi colegio o en mi familia. Y pienso en mi biblioteca como un salón donde he podido juntar gente que quizás no hubieran aceptado mi invitación, y menos si sabía que estaban fulano o mengano en el otro estante. Un salón donde sería muy divertido estar". ¿Cuáles son los tesoros de Martel? Un manual en latín que servía a los sacerdotes para la evaluación de las faltas teológicas o morales, Tribunal Confessariorum, de Martín Wigandt, de 1713. Dos volúmenes que recopilan los grabados sobre la industria en el siglo XVIII, publicados en la Enciclopedia de Diderot que, dice, fueron muy útiles para pensar cosas para Zama. ¿Y a qué páginas vuelve cada tanto? A Las metamorfosis, de Ovidio, al libro Historia de los animales, de Claudio Eliano, y, "como si fuera un libro de revelaciones", lee al azar un fragmento de la enciclopedia Historia natural, de Plinio el Viejo. Cuenta que cuando está inquieta, lee sobre matemática; que eso la calma. "Tengo un libro sobre el teorema de Pitágoras, es muy tranquilizador", apunta y habla sobre su biblioteca ideal: "Vi un barco, creo que en el Museo Marítimo de Rotterdam. En el camarote del capitán había una biblioteca. Es mi sueño".


Eduardo Fidanza. La biblioteca puede ser un bosque imaginario
El analista político Eduardo Fidanza cuenta que su biblioteca comenzó a formarse cuando ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras, a principio de la década del 70. Creció rápido: a los dos años ya sumaba unos doscientos volúmenes. "La primera compra importante fue a un vendedor de Eudeba -recuerda-: algunos manuales básicos de sociología y psicología social norteamericana". Todavía los conserva y los consulta; son clásicos. Dice que en su biblioteca prefiere los libros nuevos, no los de segunda mano, excepto en el caso de algún título que sea inhallable. ¿Fetichista? "Creo que todo bibliófilo tiene cierta relación fetichista con los libros -responde-. Ellos no son solo para leer sino también para contemplar, hojear, apreciar la edición, hasta olerlos, como me enseñaron a hacer unos tíos, a los que les debo, junto con mis padres, el amor por los libros".

Fidanza dice que desde muy chico vivió rodeado de bibliotecas. Suele ponerlos de canto en los estantes, "para contemplarlos y disfrutar sus colores". En general los marca, siempre con rotulador amarillo, aunque solo palabras o párrafos cortos. Y confiesa que van ubicados en un orden genérico "para disimular un desorden de fondo": ciencias sociales en general, capitalismo, teoría weberiana, marxismo, economía, historia y mucha literatura y filosofía. ¿Cuáles son los favoritos en esos estantes? "Hay una serie de autores centroeuropeos que han capturado mi atención en los últimos años: Joseph Roth, Stefan Zweig, Arthur Schnitzler, Sándor Márai. Suelo volver a ellos como quien se zambulle en una experiencia estética y ética, la de un mundo que ya no existe: la Europa humanista y pacifista que destruyeron el nazismo y el estalinismo", explica, y aclara: "No lo hago con actitud reaccionaria, sino como un paseo por un bosque imaginario que me produce placer y serenidad". Cuenta que también vuelve a Borges cuando siente que su escritura se anquilosa: "Hago el ejercicio de reparar una vez más en su escritura, en la extensión de las oraciones, la puntuación, el ritmo. Practico un periodismo intelectual en apenas 5000 caracteres. De vez en cuando necesito el auxilio de un maestro de la concisión".

Su mujer es historiadora del arte, así que en los estantes privilegiados van sus preferidos y los de ella: "En un momento se borran los límites y se constituye un nuevo espacio". En su escritorio, en su casa, se acumulan los volúmenes de ciencias sociales. Y en su oficina, los libros que hacen eco a sus columnas semanales en La Nación. Fidanza agrega la idea de la biblioteca móvil. No, no habla de la biblioteca virtual, aunque también la tiene y ahí acumula papers; habla de su mochila, siempre cargada de libros que vienen y van.


Claudia Piñeiro. Títulos y estantes que crecen sin parar
Como hongos, así dice que crecen los libros en su casa. Claudia Piñeiro cuenta que vive a 50 kilómetros de Buenos Aires, en un lugar donde las casas tienen muchas ventanas y pocas paredes. Un problema, en síntesis, para armar grandes bibliotecas en un solo lugar. Igual, se las arregla: "Tengo varias bibliotecas, incluso en el descanso de la escalera. A veces no hay más estantes y vuelve a aparecer otra biblioteca en otra pared que rescato. La primera biblioteca estaba en mi escritorio. Después hice estantes arriba de la ventana. Después empecé a avanzar sobre el living, sobre otro cuarto que hay afuera de la casa?". En su habitación hay dos bibliotecas más: una en la que acomoda los libros de teatro y de ensayo literario, otra donde guarda los que fueron firmados por personas que admira.

No siempre hubo bibliotecas enormes, con tentáculos. En su casa familiar, recuerda, había una biblioteca muy chica, importante para sus padres, pero no en tamaño. "Era una familia que le daba valor a la lectura pero no tenía tantos libros", dice. También tenía una propia en su cuarto, y, cuando se mudó, la llevó al departamento que alquiló cuando consiguió trabajo. Esa biblioteca mutó a lo largo de los años, con el correr de las mudanzas. Hoy es esta que cuenta, que ordena alfabéticamente y que se extiende hasta Buenos Aires, porque en la ciudad también tiene un departamento que guarda libros de teatro, de ensayo literario y de ficción.

Piñeiro dice que supo ser usuaria de bibliotecas públicas; en su infancia y su adolescencia solía ir a la de Burzaco, el pueblo donde creció, y en la juventud con frecuencia iba a la biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas, donde estudió. Se reconoce fetichista. Prefiere los libros nuevos, aunque si no se puede, consigue los usados, y los marca con un doblez en la página, más arriba o más abajo, según se ubique la parte que le interesa destacar. También dice que vuelve siempre a los ensayos: libros de Barthes, El arte de la ficción, de David Lodge, Suspense, de Patricia Highsmith.

De las bibliotecas ideales, nombra la de Guillermo Saccomanno: "Tiene todos los libros que quiero", dice y agrega: "Y la de un amigo y escritor italiano, Andrea Rosetti, porque además de completa y sofisticada es de una belleza única".

Por: Natalia Gelós
Diario La Nación

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