F Ray Bradbury: "No creo que las bibliotecas estén obsoletas, y no permitiré que acaben con ellas, así me tenga que poner en medio para evitarlo" - Carlos Sánchez Viamonte

Ray Bradbury: "No creo que las bibliotecas estén obsoletas, y no permitiré que acaben con ellas, así me tenga que poner en medio para evitarlo"

Hoy, el autor de Fahrenheit 451 cumple 89 años. Hace unos días el diario El Mercurio de Chile publicó una entrevista realizada en su casa de Los Ángeles donde se mostró visionario y emprendedor, cerrado defensor de las bibliotecas y de los libros de papel.

Si hubiera nacido en el siglo XV, Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920) sería un perfecto hombre del Renacimiento, un Leonardo da Vinci prolífico y genial en cualquier campo. Y si fuera producto del siglo XXI, de esos años que anticipó en sus libros y en su cabeza, sería el mejor ejemplo de la cultura multimedia capaz de expresarse con palabras, con edificios y con sueños espaciales que se han ido haciendo realidad.

A los ojos de quien simplemente lo vea sentado a la puerta de su casa, bañado por el sol en lo alto de la escalera que conduce al que es su hogar desde hace 50 años en el apacible barrio angelino de Cheviot Hills, el escritor y novelista, visionario y arquitecto, guionista, ensayista y poeta, uno de los padres de la literatura fantástica contemporánea, no será más que un abuelo simpático y de mirada pícara dispuesto a contar batallitas de otros tiempos. Al fin y al cabo, el próximo 22 de agosto se coloca a las puertas de los 90. Una edad en la que el descanso está más que merecido. Pero esta última sería una visión muy simplista del Bradbury actual, de su talento y de su temperamento. Porque, utilizando una expresión típicamente costarricense, el hombre que dio al mundo Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas es "pura vida" incluso a los 88. Como dijo George Clayton Johnson, autor de La fuga de Logan, "Ray siempre ha sido un niño de 14 a punto de cumplir los 15".

La inquietud del adolescente sigue reflejada en el rostro de Bradbury, aunque el cuerpo lo traicione mostrando rastros de una edad que le limita el movimiento. La vista también está prácticamente perdida en los ojos de un hombre que "fue capaz de verlo todo mucho antes", como le dijo el padre de la carrera espacial, el alemán Wernher von Braun, a la llegada del primer cohete a Marte, cuando compartió con él ese triunfo para la humanidad. Y el oído también le falla. Pero lo importante es la mente, y ésa sigue ahí. Como asegura a modo de recibimiento o de mantra, "el momento más feliz del día es levantarme cada mañana y ponerme a escribir". Ahora es más complicado que hace casi seis décadas, cuando alquilaba la máquina de escribir en los bajos de la Biblioteca de la Universidad de California en Los Ángeles para desgranar las páginas de Fahrenheit 451, su obra más conocida. Pero el proceso es el mismo. "Nunca he trabajado por dinero, tampoco buscaba una carrera. Decidí ser escritor a los 3 años, empecé a escribir con 12, y he escrito desde entonces. Para sentirme a gusto", se explaya con sencillez. "Todo es amor. Escribo por amor, y ése es mi único consejo. Ama lo que escribes y escribe lo que amas", añade el escritor, de quien ahora se publican en España sus dos novelas cortas En algún lugar y Leviatán 99, agrupadas en el libro Ahora y siempre.

"Siempre mirando arriba"
Bradbury nunca recibió un consejo. Ni tan siquiera una preparación formal, ya que, como recuerda este autor de afilada memoria, especialmente para todo aquello que ocurrió durante la primera mitad de su vida, él se graduó en la biblioteca, enseñándose a sí mismo rodeado de libros. Una carrera autodidacta que prefiere explicar de otra forma: "Me enseñó Shakespeare, me enseñó Jules Verne. Edgar Allan Poe me dijo que escribiera. Edgar Rice Burroughs y John Carter de Marte. H. G. Wells y El hombre invisible. Los grandes nombres fueron mi influencia, y con ellos nunca necesité más consejo. Ése es el camino a seguir, siempre mirando arriba, nunca para abajo". Son los mismos amigos de papel que ahora lo acompañan en casa, más de mil volúmenes apilados por el comedor y otros tantos en el que fue su estudio y ahora es su museo. Una habitación dominada por una gran pantalla plana, cual monolito de 2001, con Bradbury sentado enfrente rodeado de pilas de libros y una amalgama de objetos de lo más variado. Un Oscar bien manoseado que además no es suyo. Se lo dio el vecino al morir (William V. Skall, por Juana de Arco), porque los escarceos cinematográficos de Bradbury le han dejado más mal sabor de boca que premios. Una estatua de Lon Chaney vestido como en El fantasma de la Ópera, uno de sus filmes preferidos de infancia. Una página original del Príncipe Valiente autografiada "con cariño" por Hal Foster. O una réplica de esa otra leyenda, Rosebud, el trineo de Ciudadano Kane, también entre sus películas preferidas. Además de peluches, videos, postales y otros honores, todos ellos fruto del amor de sus seguidores. "Me dicen que me quieren, y es todo lo que quiero oír", admite, dejándose querer.


El libro amenazado
Él ha dejado su amor en sus libros. El tercer hijo de Leonard Spaulding Bradbury y Esther Marie podía haber sido actor. Ése era el medio de expresión que lo enamoró cuando iba al cine con su madre a ver a Chaney. "Quería estar en un escenario, pero nunca recordaba mis frases, así que fue mejor escribirlas", afirma, sin lamentar el cambio de carrera. Al principio no tenía máquina de escribir, y su biografía y sus palabras certifican que hasta los 21 años no publicó su primer trabajo profesional remunerado: fue el cuento "Péndulo" en la revista Super Science Stories. Sus recuerdos de entonces no distan mucho de los de cualquier escritor que se abre camino: "Cuando me casé no ganaba ni tres dólares a la semana. Maggie tenía que mantenernos. Y para 1950 la cosa tampoco había cambiado tanto. Ganaba seis dólares semanales".

Sin embargo, esa década cambiaría muchas cosas. Primero fue la publicación de Crónicas marcianas, un recuento de los esfuerzos en la conquista de Marte y sus consecuencias, y tres años más tarde llegó el libro que Bradbury describe como su única novela de ciencia ficción y que el resto califica de obra maestra, Fahrenheit 451. "Los libros se escriben ellos. Yo no decido", describe humilde o visionario de la historia de una sociedad donde la palabra escrita está prohibida, los bomberos se encargan de quemar libros, la televisión aboba y a los rebeldes sólo les queda convertirse en hombres libro, memorizando sus obras y pasándolas verbalmente de generación en generación. Bradbury se queda tan impávido cuando dice, provocador, que fue Hitler quien le contó la historia cuando quemó los libros en las calles de Berlín. "Cuando vi lo que había hecho, lo odié profundamente. Tenía que hacer algo, y escribí Fahrenheit 451", admite. Muchos también han visto en este libro una historia contra la censura. O una respuesta a la caza de brujas del senador Joseph McCarthy en un triste periodo de la historia estadounidense que estaba acabando con la creatividad de muchos. El propio Bradbury afirma en los testimonios orales que ofrece en su página web (http://www.raybradbury.com/) que el libro sopesa las consecuencias que tiene en la literatura la aparición de la televisión, un medio que te llena a base de información inútil. Son muchas las teorías que rodean esta obra, pero hoy el autor deja que sean sus personajes los que carguen con esa responsabilidad. "Mis libros se escriben y yo no hago preguntas. Recuerdo que en 1950, al salir de un restaurante, un policía nos paró porque íbamos caminando en Los Ángeles. Esa misma noche escribí "El peatón". Años más tarde saqué a pasear a ese peatón con Clarisse y ella escribió Fahrenheit 451. Ella, Montang y Faber son los creadores de ese mundo. El libro es realmente maravilloso, pero son ellos quienes lo cuentan", aclara, dándoles todo el mérito a sus protagonistas.

La promesa incumplida de Mel Gibson
François Truffaut se encargó de adaptar la novela a la pantalla en una versión que para el cinéfilo Bradbury es "un noventa por ciento" fiel a su texto. Además, el autor, amigo de Alfred Hitchcock, contribuyó a su realización facilitando la contratación de Bernard Herrmann como compositor de la banda sonora. El único pero: que Julie Christie interpretó tanto el papel de Clarisse como el de Linda Montang. "Eso era muy confuso", le reprocha el autor. La vida cinematográfica de esta película sigue confundiendo a Bradbury. Incluso lo irrita, porque él, de natural bonachón, pierde los nervios acordándose de Mel Gibson. "¡Me compró los derechos por 500.000 dólares hace ya más de seis años, y no ha hecho nada! ¡Qué estúpido es eso! Le devolvería el dinero con tal de que haga la película. Es un gran actor, que además ha hecho grandes películas, pero hasta ahora todos los guiones que he leído son una mierda", sentencia exaltado sobre un remake que nunca llega. Una más de las experiencias frustradas con la industria del cine de un autor que siempre ha querido controlar su obra.

Hollywood no es el único medio que le hace perder la paciencia. Los hay peores. "Hace un mes me llamaron de Yahoo! porque querían poner una de mis novelas en internet. Les dije que se fueran al infierno", recuerda hecho un basilisco. Mencionarle Internet sólo aviva las llamas. "¡Que quemen la red en lugar de quemar libros!", sentencia, a pesar de contar con una página web bien cuidada. ¿Y los libros electrónicos tipo Kindle? "Esos no son libros. Los libros sólo tienen dos olores: el olor a nuevo, que es bueno, y el olor a libro usado, que es todavía mejor", dice, romántico, este visionario criado a la antigua usanza. Su última batalla a favor de la palabra impresa es su defensa de las bibliotecas, esos dinosaurios en vías de extinción por falta de interés y fondos que Bradbury está dispuesto a mantener con vida, aunque su batalla suene quijotesca. "No creo que las bibliotecas estén obsoletas, y no permitiré que acaben con ellas, así me tenga que poner en medio para evitarlo", amenaza con la medalla de honor colgada en su pecho por todo escudo.

"Nuestro futuro está en el espacio"
Pese a las apariencias, Bradbury siempre ha tenido la vista en el futuro. Un futuro verbal expresado en sus más de 500 historias cortas que también ha sido un futuro arquitectónico, diseñador de la primera galería comercial en Estados Unidos, del pabellón estadounidense en la Feria Mundial celebrada en Nueva York en 1964 o de las atracciones espaciales tanto en el Epcot de DisneyWorld, en Florida, como en EuroDisney, en París. Y si quieres ver cómo se ilumina su rostro, sólo tienes que hablar del programa espacial. "Nunca he conducido un coche. No me gusta montar en avión. Pero hace unas semanas operé un Rover en Marte. Ahí queda eso", me reta, insuperable, con su nombre bautizando uno de los cráteres del planeta rojo. Le pesan los 40 años pasados desde que el hombre llegó a la Luna, pero de nuevo prefiere mirar adelante. "Lo necesitamos, porque nuestro futuro está en el espacio, en la Luna, en Marte, en Alpha Centauro. Y en un millón de años las nuevas generaciones estarán ahí para agradecérnoslo. Viviremos para siempre".

Rocío Ayuso Babelia
Diario El Mercurio, Chile, sábado 2 de agosto de 2009.

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